viernes, 22 de marzo de 2013

Otro Congreso de periodismo digital.



Valie Export


Volví del Congreso de Periodismo con aliento. El desbarajuste mental que crea tanta gente hablando sin parar ha tenido más sustancia que otras veces.

Como los descubrimientos suelen ser simultáneos todos se habían dado cuenta de que el periodismo debe volver a contar. Estamos asistiendo al final de una industria en serie: se van a morir los medios que nos rezan la misma noticia después de que otra empresa nos haya vestido igual y hayamos comido de postre las mismas mandarinas brillantes. A esta homilía interesada, a lo que se ha llamado objetividad durante demasiado tiempo, cuando no era sino una guerra contra la diversidad, se le está acabando el tiempo.

Incluso hubo un atinado mea culpa gremial: se habló claro de la connivencia del periodismo con la política en los últimos años. Reconfortante, porque ha sido terrible oír con que tranquilidad los periodistas de más de 1800 al mes, encubridores sin pudor, decían:
                                   
-Yo sé muchas cosas, pero no las puedo contar.

Nada más que añadir a este escabroso tema.

Otros años se habló sólo de la importancia del tamaño. Este año se descubrió que el tamaño no importa : 120 caracteres o una crónica de cincuenta páginas pueden ser una maravilla o una basura, dar un puñetazo esclarecedor o crear una empatía inevitable. No se habló de la contaminación del lenguaje, es decir, que se habló del cambio de modelo de producción, de la deseable diversificación del producto, pero no de la materia prima. Mucho me temo que seguiremos oyendo y leyendo mantras en lugar de información hasta que las palabras se robustezcan.

En cuanto a lo del tamaño, ha sido un deslizamiento de la frase hecha que todo lo corrompe lo que he escrito arriba. Lo que ocurre es que el tamaño que importa de verdad no es el de la longitud del texto, el que de verdad importa es el de el tamaño de las nuevas publicaciones. Por lo que conozco del paño hay que desconfiar de todos aquellos que, mareados por las cifras, esta vez de Twitter o de Facebook, tienen la zanahoria del crecimiento como meta fundamental. Cualquier edición rica y honesta en Internet debe imponerle un techo a su crecimiento en pro de la colaboración. Si no es así estaremos reproduciendo los viejos modelos y volveremos a la repetición mecánica. Hay una idea  básica, importante, que merece la pena repetir: para que haya un periodismo que nos involucre en el mundo y que se involucre en él es imprescindible que nadie crezca más de la cuenta.  De eso no se habló.

¿Qué hacer? dijo Lenin.  Uno de los actos más revolucionarios que conozco en este momento en el que se derrumba un mundo y el que se está construyendo no está ni a medias, (entiendo como revolucionario todo lo que evite el desamparo en ese cambio de casa), es gastarse algún domingo lo que se gasta en el periódico en papel en donar a una publicación en Internet. Eso sí ¡fijándose en los banners! Cuidado con los proyectos revolucionarios apoyados económicamente por Bankia o por Telefónica. He visto un brillito en algunos ojos que no me gusta nada.

Como unos cuantos sabemos, los Latinoamericanos nos dan mil vueltas en capacidades narrativas y en mecanismos para combatir el poder. A ellos les cayó esta pesadilla “neoliberal” hace veinte años, además siempre estuvieron en crisis, y no están apabilados.
Alberto Salcedo Ramós nos contó como allá en Colombia contar es como respirar y se aprende de tus parientes y de tus vecinos, cuando te sales con la hamaca a la calle. En la siguiente mesa se nos pusieron bravos a los peninsulares: Ya estuvo suave de quejas, vinieron a decir, el periodismo no es lo que está en crisis, los que están en crisis son ustedes, ¡nos van a venir a contar vainas pendejas de crisis a Salvadoreños, Guatemaltecos, Colombianos y Argentinos de la Pampa! ¡Pues!

Cerró Gabilondo. Ese hombre que convence hablando sin manos.