lunes, 24 de septiembre de 2007

Joan Margarit




Hacía años que no había vuelvo a leer a Joan Margarit. Compré
Casa de Misericordía antes de irme y ayer vine leyendolo en el tren (lleva dentro aún los dos trozos del billete), esta mañana he visto en el periódico que leía poemas por la tarde y allí me he ido. Reconozco que a más a más, que dicen los catalanes, como persona me seduce mucho, sobre todo por su voz. Soy una hiperestésica con las voces, puedo llegar a adorar a alguien o a odiarlo por la voz. Intento no ser injusta, pero la voz no es así no más un asunto solo de timbre. Me he alegrado mucho de ir porque me ha conmovido y me he encontrado con Maria Tena que también se iba a casa emocionada.

Aunque no me siento bien eligiendo poemas hasta mucho tiempo después, (no sé por qué, eso no me pasa con la prosa, que la puedo cortar en cachitos sin pudor), voy a intentar quitarme esta manía, voy a copiar uno.

APILANDO LEÑA

El hombre suele recoger del bosque
troncos caídos con la tempestad
Va apilando la leña tras la casa.
De cada uno sabe qué lo hizo caér, dónde lo recogió.
En las noches más frias contempla las llamas.
Va quemando los restos de lo que ama.

(la foto de nuestra yuca, yo prefiero llamarlo izote, no tiene un porqué aquí, la yuca ni arde, es un cactus, ustedes disculparan que presuma)

Retourne



Han venido Tatiana y Blanca a pasar el fin de semana y esta mañana he decidido volver. En algún momento tenía que hacerlo y siempre actúo así, no encuentro la manera de programarme, tengo que retomar rutinas, supongo, y nunca sé qué decide el momento.

-Me vuelvo con vosotras, -he dicho en el desayuno-. Anda Tati, sácame el billete que tu sabes cual es el tren.

Tres minutos antes de salir de Granada no aparecía mi localizador. Luego ha aparecido el peine. Tati se ha equivocado y ha sacado el billete para el mes que viene. He creído percibir una sonrisa de satisfacción entre los tres tipos que me atendían en reclamaciones y he pensado no había inconveniente, que hasta podria quedarme un mes más.

-Coméntalo con el revisor, pero no creo que puedas irte.

Decían, como si decidieran ahora ellos mi destino.

El revisor, gran tipo, ha dejado que el tren arrancara conmigo dentro. Va lleno `pero ya lo vamos a solucionar, me ha dicho. Luego lo he invitado a un café y al rato ha venido a darme el trozo que había cortado.

-Te vas a la estación y que te devuelvan el dinero, que es para el mes que viene.

Le he regalado unos mangos recién cogidos como agradecimiento

Martita fait du theatre. Voy a prepararme para ir a ver exposiciones mañana, o llamaré a alguien para tomar un café, tendré que adaptarme a esta velocidad. ¡Qué vértigo me ha dado llegar a Madrid!.

La tormenta




Hay tormentas tremendas desde que nos hemos levantado, todo parece mentira con esta luz mortecina. Entre tormenta y tormenta Wiep ha ido a recoger los mangos que se han caído, los hemos pelado y estamos preparando mermelada. Todo huele mucho y los árboles se cimbrean como pueden para no dejar escapar más fruta.

Hacía un rato que nos preguntábamos de dónde venía ese sonido nuevo, no era el aire, no eran los truenos, no era tampoco la lluvia. Nos hemos asomado al barranco y ¡gran sorpresa! era el río seco (que además de ser un río seco se llama así). De pronto ha dejado de hacer honor a su nombre, sospecho que tendremos río solo durante unas horas, pero es un gran placer oírlo por fin, aun sonará mejor cuando lo dejen los truenos.

El Molino es ahora holandés. O quien sabe. Nos manejamos como podemos en cuatro idiomas sin organizar. El rubio, que lo habla todo, anda entre didáctico y muerto de risa. Se está inundando la nave y seguimos la pista a los regueros de agua sin decir palabra: justo cuando se iban a inundar los baños que están en obras se ha abierto un boquete en el porche y el cauce ha preferido cambiar la ruta hacía el río.

Inevitablemente alguien recuerda Centroamérica, casi todos hemos vivido allí y aquí es como allí casi todo: el Izote, los mangos, las chirimoyas, los arrayanes, las guayabas y esta lluvia.

René contra los elementos; ha montado una expedición en lo peor de la tormenta y aquí me he quedado, con la linterna y la batería del portátil. Menos mal que no soy miedosa, pero no puedo salir, estoy cercada, solo tengo zapatillas de lona y no puedo arriesgarme a la tristeza infalible de los pies húmedos.