jueves, 30 de junio de 2016

La otra orilla


I

He querido recordar aquella canción,
aquella que no pude escuchar dentro de mí, aquella que no supe
 (extraerle al mundo;
operación dolorosa: aquella canción que estoy tratando de es-
  (cuchar,
aquella cuya ausencia reconozco en la brisa que apenas
inquieta a los almendros,
en la tranquilidad de esa brisa en esas hojas donde también yo
  (habré de morir,
y esa calma acaricia en algún sitio de mí
la forma de esa primera mano que alargamos hacia la vida
y luego retiramos mojada y oscura.

Aquella primera canción, aquella primera canción tal vez no vino
 (nunca
aquella cuyo silencio ahora se refleja en el rumor de esta brisa
 (en los almendros,
tal vez su silencio, quiero decir el rumor de estas hojas, es el úni-
 (co espejo
donde yo me reconozco, donde yo me miro con atención, subor-
 (dinado a lo fatal de la imagen.
O tal vez esa brisa en las hojas
es la ausencia de toda canción, el rostro silencioso de todos los
 (nombres,
el rostro de espuma disuelto por el mar,
el rostro de mis hijos aún sin ellos en el esqueleto atroz de mi
 (abuelo
después de él

Ahora recuerdo todo sin pasión, sin armas obsesivas, sin recuer-
 (dos,
y ese viaje que la mirada todavía sostiene
abandona el umbral de una tarde de lluvia en la infancia.
Y es aquella costumbre de sonreír involuntariamente,
de sentir esa brisa en los almendros que están dentro de mí,
 (complicados con mi alma
y soñar una canción donde tal vez ya no habré de escucharme;
sí, aquella vieja costumbre de vivir...

Y yo extiendo las palabras sobre mis propias yerbas,
yo extiendo palabras sobre el mundo para irles dando poco a
  (poco historia,
sonidos arrancados a ellas mismas como confesiones brutales.

Por la torre de la iglesia
pasa el sol y se muerde los labios, ¿o soy yo quien me los muerdo?
¿O son el sol y la iglesia los que muerden mis labios?
¿O es el deseo de sol y de iglesia lo que muerde mis labios?

Sí, he perdido aquella canción, aquella canción, aquel tierno
 (desastre
aquel artificio donde mi voluntad se hacía pequeñas heridas, pe
 (queñas preguntas que nunca supieron cortarse la cabeza
y ahora estoy aquí de vuelta,
mirando estas calles, mirando este río, estas aguas cobrizas y
 (doradas bajo la luz del sol,
y esta ciudad no es distinta a otras ciudades,
es distinta a sí misma.

Y estoy en esta ciudad como en otra canción que tampoco re-
  (cuerdo, que tal vez nunca estuvo en mis labios,
como en otra palabra que me ocupa gran parte del día
y luego en la noche es mi primera muerta.

Estoy en este parque donde los almendros apenas sugieren la
 (brisa, el tiempo de las hojas,
bajo este cielo encallado en la mañana
como una inmensa nave antigûa-recuerdo de otros dioses, de
 (otros hombres
y de otras batallas-
y mi mirada abre de par en par los brazos para recibir al pai-
  (saje,
pero es inútil, en el paisaje hay algo de la mirada,
algo también con los brazos abiertos...

Una brisa muy joven sopla entre los almendros, una brisa lejana
  (sopla entre mis labios,
y es el silencio,
el silencio de la torre de la iglesia bajo la luz del sol,
el silencio de la palabra iglesia, de la palabra almendro, de la
 (palabra brisa.

Hay un radio encendido en un estanquillo cercano,
pasan unos novios-casi niños-cogidos de la mano,
el sol empuja la torre de la iglesia hacia otro mediodía...
Yo iba a decir algo; cogí la pluma para eso, cogí mi alma para
 (eso;
¿qué iba a decir?

Así pasó ese día caluroso y nublado,
así la torre de la iglesia empujada por el sol como un barco
llevado por el viento,
cruzó mi pecho, y luego la noche se cerró sobre las casas,
  (sobre las aguas del río,
sobre la historia de aquella mañana,
y fue como si una mano enguantada tuviera todas las cosas en
  (el puño.

Yo iba a decir algo, yo tenía esta pluma en la mano...

II

Amanece en medio de mí y yo me quedo mirando del lado en
 (que no estoy,
en la otra orilla se quedan el parque y los almendros, el río, la
 (torre de la iglesia
Porque esta mañana todo parece abrir los ojos en otra parte, en
 (otra historia,
en otros ojos parece que yo he abierto los ojos,
y mira la luz cedida a los árboles con la misma naturalidad con
 (que espero
sentado a la mesa, el primer alimento.

Y a la vez esta luz es también una sombra de aquella canción;
estos árboles, esta mesa, la mañana, el sabor de este pan, ¿son
 (acaso las formas devueltas?
Y la canción mueve las alas,
se sacude su forma de canción, se sacude su forma de alas,
algunas plumas caen, muy lejos de mis labios, muy lejos de
 (esta luz,
muy lejos de este silencio, de esta posible música, en otra his
 (toria
más remota aún que la mía

Amanece en medio de mí; en un lado se quedan el parque y los
 (almendros,
el río, la torre, la iglesia, la ciudad de mi infancia, los juegos
 (olvidados;
¿en qué orilla me quedo mirándolos?

Es todo,
yo iba a decir algo, yo iba a inventar algo.


José Carlos Becerra
El otoño recorre las islas.