viernes, 14 de marzo de 2008

Cuadernos sin acabar y artículos sin vaqueros.



Faltaban cinco minutos para que saliera el autobús y yo me había dejado la libreta. El monólogo arreciaba. Umbral publicaba todo lo que escribía, dice el periódico. Yo quiero montar un taller de borrado, pero muchos días no puedo vivir sin un cuaderno.

¡Ay de los cuadernos inacabados!.
-¡A mano Marta!, mejor a mano
Me dice siempre la niña Blanch,
-Queda más rastreable, y ¡que me gusta que escribas a mano!. Que entre el cerebro y mano se cuecen otras ideas, que esa tensión es la salsa, con otro fuego lento, ¡o no escribimos cosas que no se nos ocurren en orden alfabético!, dice la peduga.
Y es que son muchas horas de escribir juntas. Hasta se enfada un poco cuando me ve con tanto teclado.

No he titubeado, hace tiempo que domino una suerte de hipnotismo muy ventajoso para salir de los bucles. He dejado de perderme mirando el mapa, el coche sabe llegar a cualquier sitio en el que hayamos estado una vez juntos, si no me interrumpo con dudas que no proceden, claro. Sabía que tenía tiempo y efectivamente: había un cuaderno esperándome en la primera tienda del pasaje de la estación. Hay un estado de ánimo en el que todo lo que necesitas se acerca, y muchos otros en los que todo, todo, se aleja.

Pero sigo creyendo que como se escribe mejor es lavando a mano, o haciendo cualquier otra cosa, pero manual, o peripatética.
En Ayutuxte 44 no había lavadora, en la San Antonio tampoco, ni el Molino hasta el último viaje. Al principio cada cual se lavaba sus cositas hasta que un día Blanca decidió que ella lavaría lo de todo el mundo ¡menos los vaqueros!, y ya ninguno nos volvimos a andar con miserias. Lo hacíamos por lo que lo hacíamos, sin darnos cuenta, pero fue ella quién nos lo mostró. Todos recordamos algo parecido a "una finalidad" a veces, o nos lo recuerdan.
Y fueron buenos algunos de aquellos artículos y aquellos conatos de qué se yo, sin vaqueros.
La imagen es de Dave Muller