
Marisa y Guillermo se han ido al molino. Me he acordado de aquella nota que encontré en una nevera: no hay nada más placentero que tener una casa para que tus amigos puedan ir a descansar. Ya esta. Ya la tengo. ¡Oh Molino!. Se han llevado cajas vacías para recoger fruta y yo me he quitado un peso raro de encima. Me duele en un sitio indeterminado cuando imagino la fruta pudriéndose. ( recuerdo de Chalatenango dónde siempre estaba o muy verde o muy madura y todos tenían, bueno teníamos, hambre)
Ya dije que Inés se iba y volvía. Y aquí está, como un huracán. Y casi he vuelto, leyéndola, a aquella manifestación de maestros en San Salvador, rodeados de militares apuntando desde el tejado del congreso. Y a las escuelas populares, y he visto a Clara, aquella chica de dieciséis años que dirigía una escuela con sensatez. Los maestros populares van a ser segurito la gente más hermosa que voy a conocer, los mejores conocedores de una clave importante, la de enseñarse en cadena y porque sí.
Leer a Inés me ha devuelto al impacto de los primeros días, hay que aprovechar muchísimo al principio. El pensamiento presocrático es tan importante porque es el del asombro, todos somos presocráticos cuando percibimos y pensamos algo por primera vez.
