viernes, 13 de noviembre de 2009

De Susi a María Jesús, de Utebo a Suchitoto



-Dime la verdad: ¿Estoy más guapa con el pelo así o no? No me costó nada, fue el símbolo de mi aceptación, resulta escandaloso, no creas, aceptar la edad de tan buen grado, en mi entorno, sobre todo el femenino, no llevaron bien que me hiciera una coleta y me dejara mi color de pelo.
-Muchísimo más guapa, además mi peluquera dice que las mujeres no se vuelven viejas, que se vuelven rubias.
La que se ha dejado el pelo blanco es María Jesús que reúne entre otras ventajas la de las relaciones escalonadas, tiene catorce años menos que mi madre y catorce más que yo:
-Mamá he quedado con María Jesús
-No conozco a ninguna María Jesús, ahora mismo…
-Con Susi
-Pues di con Susi y nos entendemos.
Susi, cuando era pequeña, era la vecina de mi madre que asistía a su noviazgo. Cuando se casó ellos eran los amigos de mis padres que venían a cenar a casa. Cuando nacieron sus hijos yo, que tenía catorce (mis primeras fiestas de locura que ella nunca olvidará) cuidaba a sus hijos, luego trabajé con ella, durante muchos largos veranos, en el despacho que compartía con su marido, y estaba allí el día que dejó el despacho y al marido, gran, catártico día. Me fui con ella de aquel lugar (que requiere otro relato) feliz, como un paje justo. Cuando ella se divorció yo me casé, cuando ella volvió a tener amores yo me estaba divorciando, cuando sus hijos eran adolescentes yo había dejado de serlo hacía poco y le podía traducir. Además es abogado así que ha participado activamente en buenos y malos momentos de mi vida. Cuando me fui ella se quedo y se puso a plantar árboles. Últimamente volvemos a vernos mucho y sigue siendo la prestidigitadora; siempre me adelanta buenas nuevas sobre mi vida, siempre despliega un muestrario de momentos gozosos que solamente serán posibles en la siguiente etapa.
También tenemos conversaciones raras cuyo azar es un relato.
-Alberto y Morena han comprado una casa en Suchitoto
-¿Dónde?
-Enfrente del convento
-¿Y cómo es? ¿No tendrá un bosque de mangos detrás?
-Sí
-Va a ser la casa de Brigitte.
¡Estamos hablando de un pueblo a 17.000 kilómetros! ¡Debería ser la misma casa! será la de al lado.
-Tenemos que ir
Rebobino para explicarlo. ¿Quién puñetas son Alberto y Morena?
Desde la ventana de mi abuela se veía el jardín de la familia de María Jesús, a Doña Conchita, siempre leyendo debajo de la pérgola, en verano, porque en invierno te la podías encontrar en tres conferencias, dos conciertos y alguna exposición simultáneamente. Al padre, que había sido campeón nacional de ajedrez y era un buen fotógrafo siempre lo recuerdo con aquella cámara colgada, paseando y mirándonos de otra manera. Además aquella familia tenía un misterio que me llamaba la atención más que los otros, uno de los hermanos, Alberto, siempre había vivido en Centroamérica. Alberto se fue convirtiendo en un ser mítico, un procurador de historias a través de su elocuente hermana desde la infancia, luego he estado toda la vida oyendo hablar de él, y todavía no lo conozco
Otro Salto, ¿quién es Morena?
Cuando llegue a San Salvador nos vino a recoger a Comalapa alguien con un cartel del CEFORP. Mi compañera de viaje se llamaba Blanca y las primeras palabras que oí fueron
-Hola soy Morena
-Hola soy Blanca
Luego resultó que Morena vivía en Ayutuxtepeque, que Morena, que es una mujer de armas tomar con quién siempre era enriquecedor hablar, cenaba pan con pavo en la misma pupusería que yo, nos conocimos bastante. Pero resultó además que Morena, años después, sí conoció a Alberto en un avión, y ahora es la cuñada de María Jesús.
Recuerdo a Carlos pálido, después del entierro de un amigo de mi madre, y de todos, al que yo no pude ir:
-Sabes quién estaba en el entierro ¡estaba Morena!
Además yo me fui con la Ong que había fundado Alberto, el vecino de mi abuela, sin saberlo. Encontré su nombre accidentalmente en una pantalla del despacho de Las Segovias en San Salvador. Alberto y yo nos hemos estado buscando en Nicaragua y en El Salvador el uno al otro, pero nunca hemos coincidido.
Bueno vuelvo. Tengo la sensación de que María Jesús me sigue esperando, como el domingo cuando me fui a por tabaco y saludé a doscientas personas y casi no vuelvo. Cuando volví la encontré diciendo.
-A mí me gusta venir a Utebo, padecer y disfrutar la transformación del espacio, envejecer en comandita. Participar en esas historias y esas sagas que parecen anacrónicas y de pronto dan un salto. Sin exageraciones colectivas, que yo sigo prefiriendo la soledad. La vuelta alta. Mi casa es aún un lugar aislado. Y además paso la semana trabajando como una burra y vengo para estar sola, y siempre he vivido en Zaragoza que es dónde tengo mis rituales. Pero hay una parte de uno, etérea, que esta en los otros, y te la encuentras con facilidad cuando vas a dar un paseo para devolver una sartén. La mayoría no son relaciones importantes, son relaciones atmosféricas, pero le quitan al mundo extrañeza. Acolchan maravillosamente la soledad.
-Anda vámonos a comer, ¡cualquiera se siente sola contigo en la vuelta alta!
-Ah, se me olvidaba decirte que el fin de semana seguramente vendrá Alberto.