martes, 29 de mayo de 2007

¿El azar es útil para aligerar el yo?




¿Eres menos yo cuando haces cosas imprevistas?.

Esta mañana me he perdido en una rotonda, a la tercera vuelta he decidido seguir por dónde me tocara; he subido la música, me he olvidado de la gasolina, del tiempo, de todo lo medible, kilómetros incluidos, y he redescubierto que es un placer conducir. Luego he parado en un pueblo que solo tenía un bar, y escondido, he estado buscándolo ¡cómo si tuviera "la gran cita soñada"!. Era un buen sitio para leer, así que me he quedado un buen rato, con Herman Broch.

El otro día paseaba por el metro, cargada de bultos, pensando en lo de siempre: en la probabilidad y la improbabilidad. Me gusta mucho pensar en el tamaño de las ciudades y los encuentros y desencuentros, no se si tengo escondida un alma de contable o fui Hipatia, pero calcular me pierde y ultimamente atiendo a la matemática/contable escondida y maltratada que llevo dentro, les dedico más tiempo a las tareas menudas y perecederas. Me digo:

-Venga, a ver, Martita, calcula: x paradas de metro (-Marqués de Vadillo= cerrada), por x líneas, por x vagones, por x días, por x horas y lo divides entre el número de conocidos (consulta la base de datos afectiva, esa si esta actualizada).Una vez resuelto puedes elegir diez conocidos a los que preferirías, y luego a cinco y luego...

En esas iba yo cuando apareció, al fondo pasillo de Avenida de América, Beatriz Pérez Moreno, pare a tiempo la calculadora pero me debió encontrar rara, impactada, ¡Beatriz estaría entre los diez primeros puestos! pensé mientras intentaba aparentar normalidad.

Yo he vivido en dos ciudades de 600.000 a 1.000.000, en Zaragoza y en San Salvador, y esas son desesperantes: te encuentras mil veces a todos los que rehuyes y nunca a quienes querrías encontrar.

En mi cancerigeno pueblo (ha crecido como las células cuando enloquecen) aun no he entendido del todo qué pasa, sólo sé que todo el mundo me dice desde hace diez años:

-¿Estás ahora aquí?,

Y yo me palpo antes de contestar. También sé que hay días en los que Sonia Antón ha ido a comprar el periódico tres minutos antes que yo, y sigue siendo más probable que nos encontremos en Sol ¡y me da un coraje. Un lío (voy a llamar a Pascual, ahora que, por fin, después de veinte años, no es alcalde, para que me invite a cenar y me cuente lo que sabe sobre qué puñetas ha provocado,`pero esa es otra historia, disculpas, salieron las elecciones)

Sigamos con el azar:

El domingo se sentó a mi lado en el autobús un príncipe Senegalés, iba vestido con una túnica blanca, pasaba cuentas con los dedos mientras respiraba, emanaba tranquilidad. Lo vi mirar con tanto asombro el paisaje, sobre todo esos cortantes de Alhama, que parecen calculados por Tapies, Sempere, Antonio López y Chillida juntos, que hablé:

-C´est tres beau, ¿c´est vrai?

Y gracias a la inmersión involuntaria de estos días en Marqués de Zafra (me desbloquee chicas) pudimos seguir la conversación. Me contó que venía de Roma, que era comerciante, que los estaban "disgregando"..., ayer leí su historia y la de los que le acompañaban en el periódico (El País).


Me acuerdo muchas veces, un día de estos, por cierto, escribo un "Je me souviens", de que van en un autobús, cruzando La Habana, Oppiano Licario y José Cemi. En el asiento de atrás unas jovencitas bullangueras cuentan que vienen de hacerse análisis de sangre. Aun sin que llegue a decir nada, el lector nota que a José Cemi le molestan, le interrumpen sería más exacto, entonces Oppiano, su maestro, le hace reflexionar:

-¿Te das cuenta de que nunca, nunca más, volverás a encontrarte a unas jovencitas que vienen del analista y se sientan en el asiento de atrás"

O algo así.
Que tampoco recuerdo bien.

Pero entonces: ¿El azar es útil para aligerar el yo?¿o no?