sábado, 4 de julio de 2009

Fue bien difícil llegar tan cerca o el pacto peripatético


A las siete la luz de la plaza sigue siendo grisácea, tachonada por el verde cetrino de los dos olivos de la esquina; cuando había pinos amanecía antes, cientos de pájaros acudían a aquel verde más vivo, llegaban tantos que doblaban las ramas. Como si hubieran sido convocados a una factoría dónde piar fuerte era la tarea. Ahora sólo quedan unos pocos gorriones agazapados entre los olivos. ¿Dónde se reunirán los otros?, y estos, ¿por qué no van?

Preguntas que sólo se hace una cuando está medio dormida. Me reprendo y luego paso a buscar a mi madre, que está más dormida aún, y de muy mal humor:

-Seré desgraciada: llevaba diez minutos despierta preparándome para el placer de un café bien frío, y me he confundido de vaso: acabo de tomarme medio palmero de vino que quedó anoche con leche. No sé si reír o llorar, ¿y si estoy borracha? Anda vámonos, que tu tía ya estará loca, y yo este mal sabor de boca no sé cómo arreglarlo.

Ya son las s siete y cuarto, nosotras miramos a Emma desde la ventanilla del coche y ella nos mira desde detrás del periódico, de la mesa camilla, del costurero y del dintel, si le diéramos tiempo nos miraría desde detrás de la chimenea, de los sofás, de los cuadros, desde detrás, detrás de las gafas, y del tiempo, tiene esa manía de ponerse detrás de todo, corretea hacía atrás todas las mañanas, retrocede cargada con la arrolladora razón del que madruga mucho, del que está más despierto y ve esquinas del tiempo que los demás ignoran.

-Ya es hora no.

Y llegamos más o menos y veinte al axi mundi, el huerto del abuelo que ahora cuidan mis tíos, al puente de la caña.

-A las siete me traía la abuela a coger judías. Cómo si tuviéramos cita con la hortaliza.

-Y es verdad, exagerada era la madre con la puntualidad, tienes razón, era puntual hasta con las hortalizas, a las once las judías en la cazuela.

-Con cebolla

-Y con calabaza

-Era estricta, estricta.

-Y nosotras hemos salido, pues eso, anárquicas, ¡era una misa aquella casa!, ¡pobres pero estrictos! a la una la comida en la mesa, hasta las tres y media siesta. Luego ha resultado que a mi también me gustan los ritos. Me reconcilié cuando se me olvidó que todo aquello era obligatorio.

-Eso iba a decirte, que bien ritual te has vuelto Emma. Y tú no te quejes si tu abuela te hacía madrugar, que bien ciega que estabas con la casa de la abuela. Madrugarías por gusto, que yo no te he hecho madrugar nunca. Cambiando de tema, Emma, están encorriendo mucho a los tomates este año, están verdes como cerollas.

-¡Cómo no los van a encorrer si somos nueve casas comiendo tomate!

Y emprendemos el camino hasta el río levantando una nube de polvo entre las tres.

Nos cruzamos con gente, las quince o veinte almas que transitan desde siempre ese trozo de huerta y que nos saludan diciendo de paso adiós, y siguen quietos, o andando muy despacio, cada cual en su contemplación porque madrugar tanto para no estar a lo tuyo es una tontería. Y estás dos narran, a dos voces en según que tramos. Eso hago de siete a diez de la mañana desde hace un mes. Son higiénicos los debates eternos de esas dos hermanitas, y madrugar, y pasear, y la ribera.