martes, 22 de mayo de 2007

Te pego una patada en el culo que te mando a Tegucigalpa




Estoy liadísima, como siempre, pensando en nómadas y sedentarios. La movilidad y la inmovilidad.¡Qué dos grandes ideas! Siempre me he sentido perpleja ante ellas, no entiendo ni a los que se van ni a los que se quedan, y he convertido casi en una profesión observarlos.

No es fácil distinguir a esas dos especies; hay quién, después de ser toda la vida sedentario y acumular millones de objetos, de pronto lo deja todo, sospecho que impotente ante la pequeñez de cualquier maleta, y se va. Y hay muchos que se van y se van, pero siempre buscan un lugar en el que quedarse. También hay nómadas que viajan con cientos de maletas, y con niños, esos son nómadas fuertes, como Marisa. Cuando yo era nómada obedecía mucho a Blanca, que ella si sabe de nomadismo, ¡no nos podemos salir de los límites de la caja! me decía cuando me veía mirar asombrada cualquier objeto en el mercadillo. Ahora que, sin hacernos sedentarias, tenemos un lugar en el mundo, El Molino, estamos de acuerdo: ¡no podemos llenar El Molino de cosas!

Pero empecemos por lo sencillo, el modo más simbólico de viajar es cruzar un puente. Carlos me contó cuando nos conocimos que para él la pareja eran dos que se encuentran ante un puente, no un puente cualquiera no, un puente peligroso, alto, con aguas revueltas al fondo, agujereado, atado con cuerdas que chirrian. Uno de esos dos lleva mucho tiempo observando cada boquete del piso, cada rasguño de la liana, lleva tanto tiempo observando que no le quedan fuerzas para cruzar, entonces llega otro, lleno de ímpetu y de inconsciencia, que lo anima. Comparten conocimiento e impulso y cruzan el puente. Llegan al otro lado extenuados y ya está.Creo que tenía razón, pero no sé si se acuerda.

A mi de viajar lo que más me ha entusiasmado es llegar a Tegucigalpa, a las antípodas, después de escuchar esa frase tantas veces en el recreo...¡haber llegado a Tegucigalpa sí es importante!