martes, 24 de abril de 2012

El sueño, un lugar de certidumbre




Empezaba a acobardarme, un poco por la sobredosis de soledad y otro poco por los desastres a los que asistimos todos los días, y decidí refugiarme en los sueños. Los sueños son dóciles, enseguida reciben el encargo de que vas a prestarles atención y acuden nítidos, encantados de relacionarse con tu vigilia.

Durante una temporada, hace muchos años, los escribí, luego no hizo falta porque adquirimos la saludable costumbre de contárnoslos durante el desayuno. Lo fui dejando, hasta que estas semanas he vuelto a anotar y es cierto, nos acercan a nosotros mismos con las indicaciones más serias.

También me puse a leer “El alma romántica y el sueño”, de Albert Béguin, que a veces busca detrás de los textos los hechos y personajes reales que los inspiraron. Hacer y deshacer todo es quehacer, pensé, imaginando en espiral la empresa filológica; un esfuerzo incesante de los autores por maquillar sus inspiraciones y el no menos constante empeño de los críticos por desenmascararlos (y si bien es cierto que en ese recorrido abunda la literatura creo que no andan por ahí sus núcleos, más bien sus cortezas).

El libro me ha gustado mucho, pero es tan sugerente que me invitaba cada diez páginas a dormir, a soñar: a pasar a la acción.

Siempre se han utilizado los sueños como inspiración, pero todos sabemos que son material de riesgo. Además cuando conocemos muchos sueños de alguien tenemos más información de la que nos da su rostro y todos sus gestos.

La foto es de Lissy Elle