miércoles, 22 de agosto de 2007

Conversaciones con Sonia




Parece que esto lleva camino de convertirse en el juego del verano, Sonia es especialista en lanzarme guantes, en preguntar y preguntar hasta que yo también me interrogo. El lunes fueron las arañas. Hoy nos tocan las páginas que se caen de los libros, los diccionarios y un armario vacío. No hay normas, ella escribe una entrada y yo me dejo inspirar. A las dos nos viene bien hacernos compañía, hablamos un rato a media mañana casi todos los días, tan pronto nos consultamos por el nombre de un autor como por un dolorcillo del alma o por un personaje de los que tenemos a medias. Trabajar en casa y aquí delante es duro sin buenos interlocutores.

Mi imagen favorita de hoy es ese armario vació que tiene Sonia en su estudio. Se nota que es previsora de otro modo: “nunca se sabe cuando se va a necesitar un armario vacío”, eso si es una declaración inesperada. Enseguida nos hace pensar en lo innecesarios que son los armarios llenos, en las cosas que ya no se podrán guardar en ellos, por ejemplo un melón.

A mi no me produce una mala sensación que se vayan cayendo las hojas de los libros. Me gusta leer algo que se va deshaciendo por tanto uso, son tan recomendables esos libros muy leídos, pienso, como comprar en el puesto del mercado en el que hay más gente. Me viene a la memoria un ejemplar de “Oscuro como la tumba dónde yace mi amigo”, de Bruguera, primero se le desprendieron las tapas y luego iba descosiéndose poco a poco, desanudándose las hojas por delante y por detrás. Intentaba yo sujetar todo aquello de autobús en autobús, cercada por la destrucción leía con mucho cuidado las páginas centrales, mientras avanzaba imparable hacía mi el hilo, el que antes lo había sujetado todo. Tuve también un ejemplar de "Paradiso" de Bruguera, me lo había regalado un amigo y había puesto en la dedicatoria: “No lo llamo porque él viene”. Pues bien, se fueron cayendo las hojas, incluida la dedicatoria, y ya nunca más he visto a quien me lo regaló, no lo he llamado tampoco, que una presta oído a los mensajes y los obedece.

Lo de que se caigan las horas, la piel, el pelo; envejecer es algo que paradójicamente temen más los más jóvenes. Poco a poco te das cuenta de que no es tan malo, de que no pasa nada, de que los años te compensan y tienes arrugas y también tienes otro bienestar, es algo que de joven yo no podía ni imaginarme, espero que eso nos pase a todos.

Oye, estupendo que no puedas terminar los cipreses Sonia, para mi que hay lecturas dañinas.