lunes, 29 de noviembre de 2010

+Magris


Magris y Pepito también consideran imprescindible seguir leyendo a Musil para intentar entender algo de lo que nos sucede, y me estimulan la manía.


Estamos viviendo la transformación liberatoria y sobrecogedora de una época, del mundo, de la realidad, quizás del hombre mismo. Estamos sentados en el borde de un volcán y de todas partes llegan estruendos de guerra, de una guerra que, como la metástasis de un cáncer, golpea ahora a una parte del mundo e implica al mundo entero. Como triestino, provengo de Italia, pero también de un poco de esa civilización centroeuropea, mitteleuropea, que intuyó, vivió y representó anticipadamente esta conmoción, comparable en la historia sólo con el final del mundo antiguo. Vivimos en una realidad que parece la descrita y prevista por Musil; una realidad construida en el aire y sin cimientos, formada por muchas copias de originales que se han perdido o quizás nunca hayan existido, en donde los acontecimientos parecen Acciones Paralelas a otras que sin embargo no suceden; en la que el individuo mismo se siente una pluralidad centrífuga, un archipiélago desperdigado más que una unidad compacta. Hemos entrado en la habitación de los botones de la fábrica de la vida y no sabemos si nuestros bisnietos se parecerán a nosotros, ni cuánto, si tendrán nuestras pasiones o serán casi otra especie. La realidad es un estudio teatral que se desmonta continuamente y nosotros nos movemos por él como Don Quijote por la Mancha; no hemos escrito Don Quijote, sino todo lo más un Amadis de Gaula, y nuestro guardarropa anticuado se llena de polvo y se deteriora en el traslado universal que se esta produciendo, pero también esto contribuye a la gestación de una realidad que cuesta imaginar. En su presente y su futuro -que en parte es ya nuestro presente, pero que en parte es también para nosotros todavía futuro- Nietzsche y Dostoievski vieron el advenimiento universal del nihilismo; mucho dependerá si lo viviremos, como Nietzsche, como una liberación que festejar, o como Dostoievski, como una enfermedad de la que curarse.

Claudio Magris Discurso de recepción del premio Principe de Asturias