Cuando le conté a Ester que estaba
leyendo Paradiso puso el grito en el cielo ¡pero otra vez! Y me
mandó “Pacífico” de José Antonio Garriga Vela, que me ha
gustado, que está bien escrita, aunque le pasan sus cosas, y que mi
madre clasificaría enseguida en el género de “novela de
personajes tristes” que la irritaba.
-Para qué me voy a pasar la tarde con
un pusilánime desconocido, con los que tengo alrededor.
Decía. Se dejó pendiente una
conversación sobre el tema con Landero.
Yo de momento me vuelvo a Paradiso. Es
el libro que le regalé a Leonardo cuando murió su madre, Sofía, el
que le regalé a Dora cuando murieron sus hermanos, y a tantos, lo
convertí en el libro para los duelos convencida de que contenía
conjuros. Hasta que dejé de hacerlo.
Qué voy a leer ahora, a quién debo
entender mejor que a este abuelo que dice:
“La muerte me ofrendó un nuevo
concepto de vida, lo invisible empezó a trabajar sobre mí”