lunes, 11 de agosto de 2014

La luna




Esperó a que terminásemos la parrillada para salir del monte, anoche se veía nítido el cinturon de cítricos que nos protege y no había descalabro posible por los barrancos, lo que no se veía eran las Perseidas, aunque yo sí ví una, gigante, pero esta otra no me cree.

Tocaba bailar y despedirnos, abrazarnos mucho, muchas veces a Lu y a los chicos, ese regalazo anual.  Y que Anne hablara en español y yo en inglés para explicar lo rica que es nuestra comunicación cotidiana sin palabras. Y que Martín volviera a decir aquello de nuestra misión de sostener un paraíso. Bien políglota el paraíso, anoche en español, francés, inglés y holandés. Tanto que yo me pedí fregar para pensar un rato.

Y también pedí un deseo, pero se cumplió otro y casi inmediatamente, cuando me fuí a la cama, siempre vago de habitación en habitación cuando estoy sola pero le estoy pillando querencia a la mía, tan blanca que anoche deslumbraba iluminada por la gran luna, encontré el correo mexicano cargado de entusiasmo que tanto deseaba. "No busques más, tu socio natural es Gonzalo,  parecéis un matrimonio hecho en el cielo" me había dicho el rubiux unas noches antes. Esta paz debe venir de todo eso, de haber encontrado a los que son y haber encontrado el lugar.

P.D. Claro que es un boutade lo de que los que están bienvenidos y los que no están no hacén falta.  Pero una es ducha en localizar la presencia de la ausencia. 

Me voy a tender sábanas, que ayer llegarón tres y hoy se han ido cinco, pero llegan siete, entre ellos dos joyas de la corona, Albereto y la Otaegi de un solo.