miércoles, 19 de marzo de 2014

La dolorosa herencia




 Carlos Rubio Recio 

 
Entiendo que no me crea, a mí también me resultó extraño, tardé mucho en hacerme a la idea de que tendríamos que tirarlo todo. La tarde que pasé leyendo en la mecedora de la abuela tuve unos dolores de espalda espantosos, como si me serrucharan las costillas, pero no empece a sospechar lo que ocurría hasta que una noche, hace un par de semanas, por capricho, dormí en la habitación de la tía Margarita y, nada más acostarme, empezaron aquellos calambres en las piernas de los que ella tanto se quejaba. A la mañana siguiente, muerta de curiosidad y con las piernas aún flojas, volví a sentarme en la hamaca, y en la silla de la cocina, que produce dolor de tripa, y en la cama de mamá, que tiene migraña. Es largo el inventario,ya lo tengo casi terminado. Pero lo peor no ha sucedido hasta esta mañana, cuando me he tumbado en el sofá he sentido un pinchazo muy agudo y esa presión típica en el pecho, dolor en el brazo izquierdo y  sequedad en la boca. Me he podido levantar de milagro. ¡No era suficiente que todos los muebles que hemos heredado estén llenos de dolores, también nos han dejado un sofá con un ataque cardíaco dentro!

Y si mi hermana no empieza a creerme y sigue fingiendo, balanceándose con esa sonrisa y diciendo que estoy loca, soy capaz de no decirle nada cuando se vaya a dormir la siesta.