jueves, 8 de septiembre de 2011

Ole






Tuve suerte, bajé a la civilización después de una semana y pico para comprar víveres, para hacer una llamada telefónica, para ir a correos, para elegir baldosas, para comprar plantas. Y lo hice todo.

Además en la playa me encontré a Ole. Ole es un Robinson Crussoe alemán que hace cuatro años decidió dejar su trabajo, su hipoteca y sus carnets. Bajó desde Dresde hasta Badajoz andando, con el dinero que le quedaba, y casi se queda en Extremadura pero siguió un poco más, hasta Almuñecar, desde entonces no se ha movido de la playa del muerto. En Alemania lo han dado por desaparecido, aquí no existe, pero la policía lo tiene perfectamente localizado a través del chip de su perro.

Así que también por ese lado tuve suerte. Ole es un gran conversador y un anacoreta serio, hablamos de como se te acercan los animales cuando estás sólo. Me contó la historia de una pareja de buhos con crías que vive en la playa, parece que les gustan los conciertos y las fiestas y el día que hay algo se ponen en la primera rama, dice que son una estupenda compañía cuando se queda solo atendiendo el chiringuito. También me contó que en una fiesta uno de los buhos vio una culebra y la cazó delante de los músicos, pero nadie se dio cuenta, sólo Ole ve a algunos animales.

¡Y gracias a Ole comí por primera vez higos chumbos! Después de nueve años rodeada de chumberas pero sin forzar la relación, esperando a que ya sin pinchos vinieran a mi.

Willi y la hormigonera del pisto





Me encanta romper el ritmo de esas conversaciones presupuestadas. No tengo un ápice de piedad, me importa un bledo cuánto y con quién chirrié el ambiente. Esta mañana ha sido con Willi, el albañil boliviano que trabaja en la casa de enfrente y que algunas veces pasa a tomarse un vaso de agua y a charlar. Es encantador, pero me llama señora.

-Porque usted, señora ,habrá trabajado mucho para tener lo que tiene.
-No te creas, yo he trabajado muy poco, y como consecuencia de eso no tengo casi nada. Pero es una opción, nada más.

Primero se ríe, nervioso, luego me dice que no me cree, luego me pregunta muy serio que si es verdad y pone cara de pena. Creo que para consolarme me cuenta la historia de cuando le pilló el corralito en Argentina y perdió 40.000 dólares, y la última gorda, cuando le dejó de pagar la constructora para la que trabajaba 250.000 euros hace dos años, y se quedó con cuatro hijos en la calle.

Creo que lo he tranquilizado. Pero cuando ya casi se va vuelve sobre el tema;

-Y que conste que no la creo, estoy seguro de que en lo que sea, pero usted ha trabajado mucho, y si no tiene nada ya remontará. Mire usted que yo ya no tengo ninguna deuda. Haga el favor de quedarse el sábado que vamos a preparar una carnecita como la hacen en Argentina. Aunque sea para resarcirla del ruido de la hormigonera y de esas canciones desafinadas a las siete de la mañana.