martes, 16 de julio de 2013

Espera que termine el pitillo.




Son las últimas palabras de Rayuela. No las recordaba y cuando me las he encontrado de sopetón he tenido la impresión de que un pez enorme se me escurría por la verja. Lo he releído despacito. Recordándoles a los otros siempre que tenía ocasión.  Un día até tomateras hablando con Concha de la muerte de Rocamadur y otro día Javier y yo sumamos a la comida el capítulo del tablón y Talita. Supongo que van muchas vueltas pero nunca lo había leído seguido, de lectora hembra. Más que una lectura esto ha sido una devolución de apropiaciones que se habían convertido en inconscientes. ¡Los montones de cosas que le he pillado a Cortázar! ¡madre mía! ¡Y las que le voy a seguir pillando!

El calor es lo suficientemente enloquecedor como para casi no permitir que pasen más cosas. Aún así bajé a un entierro. Unas cincuenta personas me dijeron lo de “estás aquí ahora” y las mismas mintieron respecto a mi apariencia. La estrategia de quedarse en el bar de la plaza es un poco más difícil desde que se murió el tío José María, que tenía prohibidas las iglesias por prescripción facultativa, y yo, claro, durante años tuve que quedarme en el bar con “¿quién será aquel señor tan elegante del sombrero y el bastón que está con la Marta?”  Después de los saludos hay oleadas de gente que quiere seguir la conversación y me impulsa hacia el templo, otros entran huyendo del sol de la plaza, y extraña estar entre personajes que tú ya  habías pasado a la ficción y  sin embargo empujan. Y los Peña que no llegan. Y yo que veo como me van arrastrando, que casi estoy perdida, que salirse luego será peor,  a saber hasta que profundidades me llevan, pongo voz de pánfila cuando veo a Emma y digo ¿Tía, dónde están mis primos?   Y sé que eso no lo ve nadie, pero vuelvo a ser muy joven detrás de esa pregunta. Luego haremos el paripé y entraremos a dar la vuelta del pésame y los personajes olvidados pasaran en fila, mero teatrillo, y la iglesia me recordará la infancia. Eso Ángel, el hijo de la muerta, ya lo sabe ¿Quién nos va a conocer mejor que él? Pero a misa no entramos, no entramos nunca y ya está. Entonces asoman al fondo Javi y Miguel, David, solucionado, ya se han centrado mis energías, ya no tengo que hacer lo que hacen las primas de mi edad.

Como nadie me quería acompañar me salí sola a la puerta a fumar un cigarro y mirar a los que aguantaban el sol de la plaza, no hacían corrillos, estaban en grupitos pero abiertos que miraban la puerta de la iglesia con los brazos cruzados, fingiendo atención desde tan lejos. Es todavía más extraño que los personajes olvidados estén en el mismo espacio. Pero a mí enseguida se me fue la cabeza con el calor y empecé a recordar lo de la horchata, así que a mitad de cigarro entré y comunique como una gran novedad el pasado y empezamos una conversación a cuatro voces.

-¡Os acordáis de lo de mi hermana con la horchata! ¿Cuántos años tenía?
-Doce. Yo encontré botellas de horchata en las perneras de los pantalones, dentro de un jarrón, detrás de unos discos y en el horno.
-Y yo detrás de un cuadro, dentro de los calcetines, en la caseta del perro, en la cartera de los libros, metida en una bota.
-Y yo, esta es buena, en la funda del almohadón,  y en el coche de mi madre, y camuflada entre los flotadores, y en la jardinera y en la acequía, y en las cajas de puntillas del tío Marino
-Y en todas las cajas de zapatos de la zapatería y en el motor del dos caballos y en el cuarto del motor del agua-
-Te ha dado por los motores. Joder, no me acordaba del motor del agua.
-No interrumpas, sigue.
-Y en la funda de un vinilo.
-¡Y en la nevera!
-Nunca más ha tenido una conducta compulsiva, debió consumir todas las adicciones con aquella bromita de nuestra enumeración, llegó a montarse una red mafiosa para que le comprara horchata cuando mi madre habló con el tendero.
-¿Y habrá vuelto a beber horchata?
-¡Como no viene la dama misteriosa a los entierros nos vamos a quedar con la duda!
.Yo creo que no.
-Tampoco es que los demás nos veamos tanto.
-Y en unos guantes de ganchillo de la abuela, y en verano en la cocinilla de carbón.