Contaba
William Faulkner cuando le preguntaban que cómo empezó a escribir,
que lo hizo caminando con el novelista Sherwood
Anderson, su vecino. Parece que daban un paseo todos los días hasta
que Faulkner empezó también una novela y desapareció durante tres
semanas. Su amigo, preocupado, le preguntó si se había enfadado. Él
le contó el asunto. Unos meses después Faulkner encontró en su
puerta a la mujer de Anderson que le dijo:
-Sherwood
se presta a decirle a su editor que publique tu novela pero con una
condición, que a él no se la hagas leer.
Me
acordé ayer de esa anécdota que no me extraña. Faulkner es muy
absorvente, al menos conmigo, se me traga, y no sólo eso, me lleva a
situaciones casi incómodas cuando, como el viernes, se me escapa una
carcajada en el tren o sueño toda la noche con ovejas nadadoras.
Parece
que a Jackson se le ocurrió finalmente la idea de criar ovejas en
aquella ciénaga suya, en la creencia de que la lana crecía como
cualquier otra cosa, y de que si las ovejas permanecían todo el
tiempo en el agua, como árboles, el vellón habría de ser por
fuerza más exuberante. Cuando se hubieron ahogado aproximadamente
una docena, las equipó con unos cinturones salvavidas hechos de
caña. Y entonces descubrió que los caimanes las estaban atrapando.
Uno de sus chicos mayores (debió de tener alrededor de una docena)
cayó en la cuenta de que los caimanes no se atreverían a importunar
a una cabra con larga cornamenta, así que el viejo cogió las raíces
y modeló unos cuernos de unos tres pies de largo y los ató sobre la
testuz de sus ovejas. No las dotó a todas de cuernos, no fuera a ser
que los caimanes descubrieran la estratagema. El viejo, según decía
el piloto, contaba con perder anualmente una cantidad determinada de
ovejas, pero de aquel modo lograba mantener bastante baja la tasa de
mortalidad. Pronto descubrieron que las ovejas empezaban a gustar del
agua, que nadaban de un lado a otro por los alrededores, y al cabo de
unos seis meses constataron que no salían del agua para nada. Cuando
llegó el momento de la esquila, el viejo tuvo que pedir prestada una
motora a fin de perseguirlas y atraparlas, y cuando al fin pescaron
una y la sacaron del agua vieron que no tenía patas. Se le habían
atrofiado y habían desaparecido por completo. Y lo mismo sucedía
con todas y cada una de las que conseguían atrapar. No sólo se les
habían esfumado las patas, sino que en la parte del cuerpo que había
estado tenían escamas en lugar de lana, y la cola se les había
ensanchado y aplanado hasta adoptar una forma parecida a la de los
castores. Al cabo de otros seis meses, los Jackson no lograban
ponerles la mano encima ni con ayuda de la motora. De su observación
de los peces, las ovejas habían aprendido a bucear. Y al año
Jackson las veía únicamente cuando de tanto en tanto asomaban el
hocico para tomar un buche de aire. Pronto pasaron los días sin que
el agua se viera rota por un morro. En ocasiones sacaban algunas
ovejas con ayuda de un anzuelo con cebo de maíz, pero sin rastro de
lana en todo el cuerpo. El viejo Jackson-según contaba el
piloto-empezó a sentirse como desalentado. Todo su capital nadando
de un lado para otro bajo el agua...”