domingo, 8 de noviembre de 2009

Del desamor a la chistorra




Este fin de semana me tocaban historias de gastronomía y desamor.

Primero me contó una amiga que había terminado con el que creía que era el hombre de su vida la noche del viernes. Dice que cuando se dio cuenta de que era definitivo subió a su casa dispuesta a tirarse en el sofá y dejarse morir, pero no tenía tabaco, que siempre ayuda, aunque sea lento. Volvió a bajar con la poca fuerza que le quedaba los tres pisos y se encontró en la esquina a su amado:
-Tía, ¡se estaba comiendo un bocadillo de chorizo frito de dos metros!¡hasta lo olí! No he sentido mayor desconcierto en mi vida. 

Lo conté a la hora del vermouth y Juan, el camarero, dijo muy serio:
-Me pasó algo parecido. Tuve un accidente de moto, no estaba grave, incluso podía hablar, pero tenía la pierna destrozada. Como estaba muy nervioso preferí no llamar a mis padres, llamé a mi novia, nunca olvidaré sus palabras
Y aún la imita:
-Vale, enseguida voy, cuando…es que me acaba de hacer mi madre unos huevos fritos con chistorra.
Y remata taciturno:
-Poco después cortamos.

Por la noche vino a visitarme mi estupendo sobrino rapero, con una coca-cola de dos litros y sus maquetas, y me contó en directo aquello que le había ocurrido hace unos meses:
-Yo estaba enamorado hasta las cachas, me daba igual que fuera gorda, todo me daba igual, hasta engordé yo, no pienso volver a pasar por una parecida. Un día pasa mi abuela y me dice que ponga la tele, y allí estaba, en uno de esos programas inmundos, esperando a un enamorado de allende los mares que había conocido en Internet. Y eso es todo. La he vuelto a ver un par de veces por la calle, ahora está muy delgada.

La foto, que no sé por qué me recuerda como me siento algunas veces, es de la gran Cristina García Rodero.