domingo, 13 de enero de 2013

La traza: la baba del caracol


Eugenia Balcells

...¿dónde dejamos al erizo?¿Y al ermitaño?¿...y al ermitaño aún?
-¡Qué difícil es despegarse de las metáforas fuertes!
O bien, la baba del caracol: la traza brillante, sendas luminosas dejadas por un ser pequeño, insignificante. Trazas de luz sobre la piel. Superficie estriada, no surcos, no hendiduras, no heridas, sino trazas, vías, accesos para el acontecer.

El caracol es uno, también, con su concha; crece con ella, al mismo tiempo, al mismo ritmo, La construye al tiempo que se construye a sí mismo. Y se refugia en ella, se refugia en sí mismo en tiempos de sequía, para preservarse, para preservar la humedad que necesita para seguir vivo hasta que las condiciones sean las adecuadas.

Nosotros decimos que su concha es la representación natural del número áureo y utilizamos su opérculo, la sustancia con que sella su concha, en la fabricación de incienso porque despide un olor agradable al quemarse. Así muchos también utilizan los poemas; les gusta el olor que desprenden, así que los utilizan y, así, los destruyen. También hacen con ellos ediciones lujosas porque, según de dice, la espiral logarítmica de su concha y el número áureo que representa es algo importante.

Pero el caracol no se siente importante. No lo es. Él es el otro que respira bajo las hojas de acanto. El pulmón del caracol ocupa la mayor parte de su concha; un pulmón enorme para un ser diminuto. Así, el que nos hace respirar entre todos. Aquella respiración es el otro, el que dicta, el que exhala. El otro que somos todos bajo las hojas de acanto. El saber no sabido por el mí, sólo adivinado, y en la traza, reconocido.

Si el poema fuese otra cosa, si fuese la dicción elaborada y pretenciosa de un mí cualquiera que se pro-pone, no lo escucharíamos, o quedaríamos insatisfechos después de oírlo. Voces erráticas hay que pueblan el aire.

Sí, bien pensado, prefiero olvidarme de lo dicho hasta aquí. Dejar al gato acompasando a una presa imaginaria, y al ermitaño en su lucha por conseguir una concha vacía antes de que la ocupe otro.
Recoger al erizo, desvalido e hiriente, en medio de la calzada y dejarle a salvo, en el campo. Luego buscar alguna umbría y, allí, poner la mano, extenderla, los dedos haciendo puente para los caracoles.

Más pequeño que el erizo, inadvertido, sin pretensiones, el caracol pasa sin defenderse. Transita. En la mano, apenas sentimos una ligera humedad que luego cristaliza.

 Chantal Maillard
En la traza. Pequeña zoología Poemática