martes, 14 de febrero de 2012

¿Cómo acuerda la necesidad de ser querido con la de defenderse?




Pregunta Javier Barreiro

□ No busco el camino para eso. Lo encuentro. Tengo bastante facilidad para interesarme por la gente y establecer buena relación con las personas. A pesar de ser un desesperanzado, de no creer en el buen salvaje. Creo que los seres humanos somos bastante terribles espontáneamente. Los niños que me rodean, mis nietos, me parecen unos canallas. No tienen sentimientos, son delatores, son calumniadores, son mentirosos, son lo peor que hay. Así que no me hago ilusiones sobre el género humano, pero la gente me atrae, y eso, posiblemente, hace que a uno le perdonen. En cambio, el que rechaza a la gente –como me decían hace poco de un colega mío, que después de dar la mano siempre se la lavaba- no creo que suscite afecto espontáneo. Yo me defiendo con la dureza necesaria. Trato de no ofender pero, cuando es preciso hacerlo, corto la relación, no doy explicaciones. Me alejo porque creo que las explicaciones son dolorosas y despiertan inquinas eternas. Creo que no hay nada más terrible que las explicaciones francas.

Le contesta Bioy Casares

■ Se ha dicho que el escritor satírico, como usted, es, a menudo, un desengañado, un inmovilista.

Dice Javier

□ Un desengañado puede ser. Creo que soy un pesimista animoso a quien le gusta la vida. Pienso que nos parecemos a los pasajeros de la montaña rusa que, cuando van cuesta abajo, gritan y ríen. Así vamos nosotros, salvo que ellos después pisan tierra firme y se van a su casa, y nosotros terminamos siempre estrellados. Más o menos parece que ésa es la vida. Nacer es suicidarse, ¿no?

Contesta quien a estas alturas ya resulta tan cercano que podemos llamarlo Bioy.

La entrevista entera aquí

P.D. Tampoco puede uno pretender que lo entiendan. Haré de esa frase una muletilla

La imagen es de Vitto Aconti

Atisbos de madurez


Antes de salir de casa leí una de esas sentencias que abundan por Internet: nunca discutas con un tonto porque quien os oiga puede pensar que sois tontos los dos. La leí de refilón, sin hacerle mucho caso, pero luego me salvó la noche.

Todos nos conocíamos en la fiesta, no nos vemos mucho y nos alegramos de vernos, todos menos los vecinos. Los vecinos son unos vecinos foráneos, cosmopolitas que viven en el campo. Tuve tiempo para observarlos y decidir que, aunque fuera una descortesía, iba a intentar no hablar con ellos. Había algo en sus poses que me sonaba regular, una manera de mirar, como si nos clasificaran, que me ponía un poco nerviosa. Claro que eludirlos resultaba imposible porque se habían quedado clavados en la esquina donde estaba el humus de Virginia, y yo a ese humus no renuncio por nada.

Empezaba a untar la primera rebanada cuando ella me dijo, sin prólogo, todo seguido y sin conocerme:

-Estamos pensando irnos a vivir a Costa Rica porque este país es horroroso, tantas prohibiciones, a ver si se soluciona al menos lo de fumar. Además queremos conocer otras culturas. ¿Tú conoces Costa Rica?

Últimamente tengo los nervios de punta, como todos, supongo, no aguanto ni una tontería así que contesté alguna burrada displicente de la que sólo recuerdo el tono. Él estaba al quite para protegerla y acudió raudo. No habían mediado ni cinco frases cuando el ingeniero madrileño exclamaba.

-¡Aquí lo que hace falta es una guerra porque sobra media humanidad!

- tú te quedas vivo ¿no?-le dije

Y me di la vuelta. Lo dejé allí, con su genocidio de la mitad, ¡iba a perder el tiempo y la energía! ¡Tenía por lo menos ocho gratas conversaciones empezadas!

La imagen es de Antony Gormley