martes, 14 de febrero de 2012

Atisbos de madurez


Antes de salir de casa leí una de esas sentencias que abundan por Internet: nunca discutas con un tonto porque quien os oiga puede pensar que sois tontos los dos. La leí de refilón, sin hacerle mucho caso, pero luego me salvó la noche.

Todos nos conocíamos en la fiesta, no nos vemos mucho y nos alegramos de vernos, todos menos los vecinos. Los vecinos son unos vecinos foráneos, cosmopolitas que viven en el campo. Tuve tiempo para observarlos y decidir que, aunque fuera una descortesía, iba a intentar no hablar con ellos. Había algo en sus poses que me sonaba regular, una manera de mirar, como si nos clasificaran, que me ponía un poco nerviosa. Claro que eludirlos resultaba imposible porque se habían quedado clavados en la esquina donde estaba el humus de Virginia, y yo a ese humus no renuncio por nada.

Empezaba a untar la primera rebanada cuando ella me dijo, sin prólogo, todo seguido y sin conocerme:

-Estamos pensando irnos a vivir a Costa Rica porque este país es horroroso, tantas prohibiciones, a ver si se soluciona al menos lo de fumar. Además queremos conocer otras culturas. ¿Tú conoces Costa Rica?

Últimamente tengo los nervios de punta, como todos, supongo, no aguanto ni una tontería así que contesté alguna burrada displicente de la que sólo recuerdo el tono. Él estaba al quite para protegerla y acudió raudo. No habían mediado ni cinco frases cuando el ingeniero madrileño exclamaba.

-¡Aquí lo que hace falta es una guerra porque sobra media humanidad!

- tú te quedas vivo ¿no?-le dije

Y me di la vuelta. Lo dejé allí, con su genocidio de la mitad, ¡iba a perder el tiempo y la energía! ¡Tenía por lo menos ocho gratas conversaciones empezadas!

La imagen es de Antony Gormley


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