martes, 31 de enero de 2012

Pour le jour et pour la nuit


OHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH Molino.

La gran Ruthi ha abierto un facebook molinero, os agradeceremos que nos mandéis las fotos de aquella navidad, o aquel verano.

Merci

domingo, 29 de enero de 2012

Inútil derramamiento de líneas en desigual batalla



Anoche Chejov mató a mi ebook. Estábamos a punto de irnos a la cama los tres y se tiró sobre él con todos sus cuentos, casi un kilo. Aterrizó de canto sobre mil y pico documentos, ciento cincuenta gramos, un par de megas. A la pantalla le apareció un triángulo, como una tripa por la que se desangraba en un millón de nerviosas rayas de colores que intentaban unirse sin conseguirlo. El libro ni se inmutó.

Son brutos estos rusos.

Imagen Alfredo Jaar

viernes, 27 de enero de 2012

Otro poema marroquí




Paraguas azul abierto

Ven, vamos a llover juntos
bajo este paraguas

Ahmed Barakat

miércoles, 25 de enero de 2012

Sobre adivinación y conocimiento.


Informe

- Dispense, amigo, ¿Cuánto tiempo se necesita para ir de Corbigny a Saint-Réverien?

El picapedrero levanta la cabeza, y apoyándose sobre su maza, me observa a través de la rejilla de sus gafas, sin contestar.

Repito la pregunta. No responde.

”Es un sordomudo’, pienso yo, y prosigo mi camino. Apenas he andado un centenar de pasos cuando oigo la voz del picapedrero. Me llama y agita su maza. Vuelvo y me dice:
-Necesitará usted dos horas.
- ¿ Por qué no me lo ha dicho usted antes?
- Caballero -me explica el picapedrero-, me pregunta usted cuánto tiempo se necesita para ir de Corbigny a Saint-Révérien. Tiene usted una mala manera de preguntar. Se necesita lo que se necesita. Eso depende del paso. ¿Conozco yo su paso? Por eso le he dejado marchar. Le he visto andar un rato. Después he calculado, y ahora ya lo sé, y puedo contestarle: Necesitará usted dos horas.

Jules Renard

Adivino

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado.

JL Borges


Imagen Meret Oppenheim

martes, 24 de enero de 2012

De música y locomoción



Habían pasado casi diez años desde que aquello ocurrió, pensaba de camino al concesionario de automóviles, y ya entonces se sintió muy mayor. La primera vez fue en el asiento de detrás del conductor. Ella estaba despistada mirando al tendido, aunque ahora sabe por que fábrica del polígono pasaba el autobús en ese momento, pero lo recuerda porque hay minutos que vuelven a por su rescate y te tironean hasta que los reconstruyes enteritos, hasta que les sitúas la última minucia.
-Él se quitó el auricular de la oreja izquierda y lo introdujo en la mía. Fue una doble violación del territorio: me estaban invadiendo la música y una mano. Arqueé el lomo como un gato y como si saltara dije: Wagner, El holandés errante. Y nada más. Él sonrío pero sin mirarme, fue una sonrisa dirigida a la espalda del conductor que yo veía reflejada en la mampara de seguridad y que debió ser muy larga, porque enseguida llegamos.
Y aquello le había parecido simple y hermoso. El ímpetu de un joven que poseído por Wagner no había podido evitar el impulso de compartirlo, pensó. Y se sintió muy mayor. Fuera del autobús llovía y todo junto le recordó los cuentos melómanos de Julio Cortázar. Se prometió releerlos. Siguieron coincidiendo en el autobús de las ocho de la mañana pero hasta muchos días después no se volvieron a sentar juntos.
-Aquellos días lo espié con malicia, me hubiera sabido malo que compartiera el altavocito con cualquiera, quería sentirme elegida, o que fuera un acto único, no sé. Además no siempre que nos tocaba compartir asiento lo hacíamos. Aquel día por ejemplo no hubo ningún contacto, el juego empezó una semana después; tres días seguidos en asientos contiguos: Paganini, Moto Perpetuo op.11, las suites para chelo de Bach y Dvorak, sin duda, pero no recordé la pieza. Claro que me he equivocado muchas veces. Y nada, no pasaba nada, negaba con la cabeza y también sonreía. Varias veces, nos vimos fuera del autobús varias veces, siempre en el auditorio, y actuamos como si el otro fuera invisible. Él elegía para la mañana siguiente algo del concierto que habíamos escuchado, pero nada más. No, hablar nunca. Durante diez años la mano la música y la sonrisa. No todos los días, ni siquiera siempre que había un sitio vacío, en diez años te atraviesan muchos ánimos.
Me llamaba desde la cafetería de enfrente del concesionario, se acaba de comprar un coche, nunca lo había contado pero quiere que ahora, que va a dejar de coger el autobús de las ocho, alguien lo sepa.
La imagen es de Chema Madoz.

jueves, 19 de enero de 2012

Punzadillas de nostalgia guanaca




Dos veces o tres veces al año Vladimir y yo chateamos durante horas. Cuando estoy en el molino el poeta agricolari, que es un oráculo, me enseña cosas imprescindibles:

-Es bueno hacerle un cerco a cada árbol, pero tiene que medir al menos el doble que la copa porque hasta allí le llegan las raíces.

Dijo en julio, y fue lo más útil que oí en todo el verano.

Ayer le mandé el mapa de mis plantitas y me cuenteó asegurando que era un jardín lezamiano.



Conocí a los Salarrue en una fiesta, luego, cuando bajábamos andando desde el cerro con la ciudad iluminada a lo lejos, y hablaba el Tibu, y respondía Manuel, y apostillaba Vladi, supe que escucharlos era la única finalidad de mi viaje. Aquella noche San Sangrador y los poetas se lanzaron chispas en una batalla feroz, hermosa, implacable, diabólica, y en lugar de descender, por mucho que caminásemos, seguíamos subiendo.


Por entonces la niña y yo, cansadas de la insistencia, convinimos un guión para responder a los interrogatorios.

¿Y tú que haces aquí?
-Vivo aquí

-¿Y tú?
-Yo he venido para oíros hablar.

Desconcertarían, pero eran las respuestas más exactas.



La casa de Ayutuxtepeque 44 tenía encima un cementerio y cerquita la cárcel, era un paraíso situado en el averno, y para llegar había que bajar muchísimas escaleras que siempre supimos simbólicas. Quizá por eso hacíamos tiempo y ánimo con una Pilsener en la Tiendita el Calvario. Nuestra casa era la penúltima del pasaje, y el pasaje era una jungla bien densa. En la puerta teníamos un teléfono camuflado entre jazmines al que se nos podían llamar, pero nunca hubo manera de hablar más de un minuto porque le había salido una ciudad de hormigas carnívoras en la pata. Y luego estaba la verja, que dividía a los invitados entre los que exclamaban:

-Cómo puedes estar tan tranquila con esta verja cerrada, si hubiera un terremoto cabal que se atoraría y no podrías salir

Y los que decían

-Pero qué valor tenes. ¡Cómo vas a creer que podes estar con la puerta abierta! Te van a caer los mareros y vos me dirás.

martes, 17 de enero de 2012

Los ojos de Argos




Los libros de mi madre solían ser de papel de cebolla y, con frecuencia, te encontrabas escondido entre sus páginas uno de aquellos ocelos azules y verdes mirándote intensamente, pidiéndote cuentas por haberle interrumpido la lectura.





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jueves, 12 de enero de 2012

Reminiscencias; de la niña Rina y de un bote de mermelada, y del puerto.


-Claro, ¡cómo se va a llamar siendo hija vuestra!

-¡Qué no!¡que Amanda no se llama Amanda por Víctor Jara! Se llama Amanda como mi madre

-¡Pero tu madre se llama Rina!

-Lo que ocurre es que mi madre tenía una hermana gemela que murió y se llamaba Rina, al hacer el acta de defunción mis abuelos, con el sofocón, se equivocaron de papeles y la mataron a ella. Como Amanda Aguirre estaba oficialmente muerta no tuvo otro remedio que llamarse a partir de entonces Rina Aguirre.

-O la cólera de Dios. ¿Y a qué edad fue el cambio de nombre?

-A los seis o siete años.

-Toma, de lo que se entera una a estas alturas


Rina es una india chelita y sabia. Podría haberse disfrazado de señora, porque era la mujer del práctico de un puerto, pero ella procede de mucho antes de que hubiera puertos y nunca ha querido ponerse zapatos o aprender a leer.

El día que nos conocimos llegó a Ayutuxtepeque con una cesta enorme de fruta en la cabeza. Salimos a desayunar al patio, que era un paraíso colgado en mitad de una montaña, yo arrimé una mesa pequeña al limonero, preparé tostadas, café, huevos revueltos, plátanos fritos con crema, tamales y quesadillas. Ella se sentó enseguida, parecía complacida, sonrió un poco, pero poco. Había olvidado la mermelada, volví a buscarla y al ponerla en la mesa se escapó rodando. Las dos miramos como bajaba el bote por la ladera dando saltitos durante una eternidad, las dos fruncimos el ceño cuando se vio venir el encuentro del coche con la mermelada, y las dos dimos un paso atrás cuando tropezaron. Apenas hablamos y apenas comimos después del mal presagio.

La niña Rina lee otras señales. Prueba no superada. A los pocos días se lo conté a Marisa, que dieciocho años después sigue ejerciendo maravillosamente de nuera porque la entiende y sabe hablarle, y no tira botes de mermelada, y renuncié oficialmente al relevo.


La palabra puerto siempre me había parecido literaria, pero no perteneció a mi campo semántico hasta que llegué allí; puerto, muelle, atracar, práctico, estibador y hasta bauprés se volvieron términos familiares. Además de buenos narradores los chicos del puerto, Carlos y el Chele, son ciudadanos del mundo. “Recoged los perros, que ha llegado un barco chino” era en su pueblo una broma habitual.

Amanda ha pasado las navidades en Acajutla y nosotros al teléfono, su retorno nos ha despertado a los tres unas ganas enormes de recordar.

Y de encontrar al Chele, quizá escribiendo aquí Miguel Angel Orellana y Acajutla juntos algún buscador nos lo devuelva.


miércoles, 11 de enero de 2012

El narrador o no es "yo" todo lo que lo parece


Aunque son trabajos delicuescentes y casi siempre sin consecuencias, paso días buscando al narrador, la historia importa poco si el encuentra la distancia y el tono adecuados. Es una actividad parecida al ensayo musical, en ambas se repiten, se comparan y se comprueban los sonidos muchas veces. Una vez que lo he encontrado no tiene tanta importancia escribir o no, lo que importa es tener la certeza de que el recuerdo, la historia o la anécdota, y con ellas la realidad entera, se han reajustado.


La finalidad es que el texto emita el crujido de las vértebras cuando se encajan.


Encontrar al narrador es mucho más difícil que elegir entre la primera o la tercera persona.


Pero dice Canetti:

La dificultad de escribir apuntes-si éstos han de ser precisos y escrupulosos-radica en que son personales y nosotros queremos precisamente huir de lo personal; tememos fijarlo por miedo a que luego no pueda metamorfosearse. En realidad todo se sigue metamorfoseando de muchas maneras, basta con que, una vez escrito, lo dejemos en paz. Es la relectura la que traza las calles del espíritu. Permaneceremos libres si tenemos la fuerza de releernos raras veces. Con todo, el temor al apunte personal puede superarse. Basta con hablar de sí mismo en tercera persona; él queda expuesto a cualquier confusión y sólo resulta reconocible por el propio escritor. Con ello se corre el riesgo de que esos apuntes caigan más tarde en manos de gente que no pueda diferenciar entre las distintas terceras personas y así, mediante falsas interpretaciones, arrojen una luz perversa e inmerecida sobre el autor. Quien esté interesado en la verdad e inmediatez de lo que va escribiendo, quien ame el pensamiento o la observación en cuanto tales, asumirá este peligro y reservará la primera persona para ciertas ocasiones solemnes en las que el hombre no puede ser sino yo.


Sin embargo la tercera persona de Canetti no confunde, cuando escribe sobre sí mismo en tercera persona es como un niño que se tapa los ojos y dice que no está.

lunes, 9 de enero de 2012

Días de papel en blanco




“La novela holandesa” (Harry Mulisch “El descubrimiento del cielo”) iba a cobrar su sentido en mi vida unas semanas después de que apareciera. ¿Hay algo más recomendable en navidad que haber leído cuatrocientas páginas, que aún queden seiscientas, y dejarte el ánimo ahí, esperando en el sofá, iluminado por un cono amarillento y arrebujado en una manta?

Después de esa larga ausencia me fui a jugar con Ramón Gómez de la Serna y encontré esto:

Así como a veces sale un día esqueleto, sale también un día de papel en blanco.
No necesita ser un día nivoso, sino escuetamente no escrito, sin una nota, sin una apetencia, sin nada; en blanco.
La ciudad se ha quedado pálida, indiferente, sin fisonomía, como si la hubiesen lavado con un reactivo.
Se piensa que quizá sirva como papel de cartas para escribir una carta sincera y aclaratoria pero no corre la tinta en su blancura, no se puede escribir nada.
Unos días dicen que sí y otros que no, pero el día del papel blanco no dice ni sí ni no, es como esa hoja que tienen incólume los libros y que no es ni siquiera aquella en que se escribe la dedicatoria.
Así como en la ciudad salen días de muchos sitios, un día de Sevilla, otro de Florencia, y hasta hay un día bretón, ese día de papel en blanco no es de ninguna parte.
No es un día de piedra blanca, ni un día enyesado, no, es un día de papel sin maculatura, como esas planas de un diario que no ha marcado nada la máquina.
Hay que tener delicadeza y cuidado con el día de papel blanco, pues puede agujerearse y por ahí irse lo que tiene de vital aun en su inestampación.
Hay que dejarlo pasar con esa apatía con que el niño no hace la composición escolar que tenía obligación de hacer.
Sorprende siempre ese día de papel en blanco como sorprende el otoño con su caída de la hoja a los que creían que no iba a volver más el otoño.
Debemos aprovechar ese día para ir a esa calle a la que queríamos volver hace tiempo y así grabaremos algo en el día de papel en blanco.

Que me viene muy bien para despabilar al del sofá y empezar el año.

La imagen es de Anish Kapoor

martes, 3 de enero de 2012

Otra miniatura de Julio Reija, que me hechizan.


les da lo mismo
a los mirlos en celo
rama que antena