martes, 29 de julio de 2008

El verano es un lugar



¡Tuve unas ganas siempre de describir el corral de la tía Leontina!, era una jugada magistral de la arquitectura más pobre aquel establo convertido en un pasillo estrecho, asimétrico, enjalbegado, con techo y travesaños de madera y todo, que daba a la acequia, resultaba muy emocionante llegar al campo sin salir a la calle, por la puerta que daba directamente al agua, cuidando para no patinar con el jabón de tajo y la tabla de lavar.

La tía Leo siempre cocía judías verdes en el garaje, en los veranos de mi infancia nunca hubo dudas sobre qué había de primer plato: judías verdes recién cogidas. De la vía del ferrocarril hacia abajo tampoco había dudas sobre el horario. Los de campo comen a la una pase lo que pase, y después de las tres el mundo se paraliza.

Escaparnos a casa de la tía Leontina o de la abuela, cruzar la vía, ir a un lugar sin pisos ni coches, al campo, era una fiesta sobre todo porque no teníamos que dormir la siesta. Acabábamos de descubrir que dormir la siesta no era obligatorio, nos dijo la tía de nuestras madres:

-Esas dos lo que quieren es tomarse el café y el cigarro bien tranquilas tontos, en el arrabal no es obligatorio dormir la siesta, cuando no queráis dormir la siesta os bajáis aquí

Había siempre tomate para embalar y se nos hacía una costra verde en las manos buenísima para jugar a ser reptiles (y la mancha del tomate solo se va estrujando un tomate). Me sigue pareciendo el mejor de los perfumes el olor de las tomateras, ahora que casi no huele nada y apenas nos damos cuenta de todo lo que ha cambiado.

La tía nos dejaba salir desde el corral, por aquella puerta, al campo, y pasar la tarde a remojo, remontábamos la acequia deslumbrados por el sol de justicia y aquella quietud de las tres de tarde, hasta que alcanzábamos, sin salir del agua, la sombra del melocotonero del campo del abuelo, el del Puente la Caña, estratégicamente situado para comernos el postre desde el agua, esta vez sin madres hablando de la digestión

Me vuelvo al velatorio de la tía Leontina, he huido porque había mucha gente, David y Javi no se acordaban de nada, luego he intentado abrir la puerta de la acequia y no me he atrevido, estaba atrancada con un palo y no tengo ni idea de qué hay ahora detrás: volveré a intentarlo.

P.D. Cuando nos hemos quedado un momento a solas le he pedido a Elisa que me abriera la puerta del corral. Se ha negado.

-Es que te vas a deprimir más, mejor que no vuelvas a salir por ahí, ahora solo hay una calle peatonal.

A las dos nos hubiera gustado subirnos al último peldaño de la escalera del corral, otro lugar simbólico para la familia, de retiro, para hablar a solas de su madre, pero somos una tribu enorme y era la hora de preparar café y pensar en la comida para los que vienen mañana.
-¿Y mañana para comer?
-Tu madre se encarga, judías verdes.


La amapola es de Mapplethorpe, las amapolas le gustaban a la tía Leontina, eran lo que habia.