Escribí todo esto las semanas siguientes al terremoto, el único acierto es haberlo dejado abierto. Habrá que seguir averiguando y contando qué ocurre en México, cuánto lo movió el terremoto. Me lo irán narrando entre otras Cristina y Paola, nosotras sí que nos conocimos gracias a un movimiento telúrico, sin metáforas.
Una
semana después
Desde
el martes 19 de septiembre miramos continuamente a nuestro alrededor para ver
si algo se mueve, nos miramos a los ojos por la calle, vigilamos las cornisas,
nos preguntamos por los familiares y, algunos, comprobamos cada tanto la
actividad de los sismos con la esperanza de que bajen de cuatro puntos y la
lista se ponga verde, no hace falta estar cerca para imaginarse los días que
están pasando los que ven como sigue desmoronándose lo que queda, los que
duermen hacinados en habitaciones rajadas que se cimbrean mientras no para de
temblar y no deja de llover. Yo también checo con frecuencia la alerta dos
naranja del Popocatepetl, “esa alerta ha estado igual desde que nací, me dijo
ayer una amiga de treinta, si revienta don Goyo nos vamos a morir en décimas de
segundo, no te preocupes, no es probable”.
Desde
el martes este país se parece más a sí mismo, desborda potencialidad. Los
mexicanos están reuniendo ideas para la reconstruirse, fuerza, bases de datos,
agua, cemento. El terremoto los ha convencido de sus capacidades y, aún con el
ánimo mohíno, los unos creen en los otros porque piensan y hacen juntos, no
esperan que el gobierno los ayude, pero ahora no parece abstracta ni remota la
palabra confianza. La sacudida telúrica convirtió en políticos, ciudadanos
comprometidos con la polis, a la mayoría. La oxitocina, la hormona del apego,
casi se puede oler en la ciudad.
La
cercanía de los hechos impide dimensionarlos, pensarlos. El patio de la casa se
convirtió en un seno materno seguro, enseguida nos contaron que había muertos
en Condesa, en La Roma y en una fábrica textil entre Chimalpopoca y Bolívar, aquellos
nombres no me sonaban de nada por próximos que estuviesen, pero el barrio de la
textil colapsada se llama “La Obrera”, y eso tenía potencia simbólica. Yo era
una recién llegada a CDMX, cuando salí a la calle todos seguíamos temiendo que
volviera a temblar, nunca había oído una ciudad tan silenciosa. El parque se
fue llenado y se empezó a repetir una cifra, el 85. ¡Cómo pudo ser el terremoto
el mismo día, justo después del simulacro! Sabíamos que necesitábamos abrazos y
nos abrazábamos, los que tenían línea en el teléfono lo prestaban. Sólo la
radio de una verdulería daba noticias, allí me enteré de que el epicentro
estaba en Puebla, lugar en el que vivo y viven mis amigos.
Cuando
tiembla la tierra el tiempo se trastorna. Todavía no había vuelto a su duración
normal después del sismo del día 7 y los 59 segundos del martes volvieron a
hacernos imaginar la eternidad. Uno nunca sabe cuándo ha terminado un terremoto
o si va a empezar otro. En esa situación todavía impresiona más ver a toda la
ciudad movilizada para ayudar asumiendo el riesgo. Un organismo de veinte
millones de habitantes es difícil de organizar y pronto empezaron a sobrar
comida y manos. Uno por uno nos dimos cuenta de lo importante y difícil que era
hacer algo práctico: amigos, familias, compañeros de trabajo, crearon grupos con
las personas en las que confiaban y luego los grupos se hicieron más grandes.
Esa noche tan larga fueron llegando a nuestra casa y la de los vecinos aquellos
a los que se les había caído la suya. Las necesidades iban cambiando, urgían
equipos de iluminación silenciosos para poder oír a las personas enterradas, y
herramientas, picos, palas, guantes y también compañía y abrazos para el estado
colectivo de shock. Las redes sociales ardían y los rumores parecían
verosímiles e inverosímiles simultáneamente.
Contarnos
es decisivo para intentar entender lo que ocurre y los impactos colectivos
desatan tormentas narrativas. Desde ese día decimos, a modo de saludo, donde
estábamos, hacia donde íbamos y qué pensamos. Es mejor oír a la señora que nos da de comer en el mercado
hablar del terremoto que a muchos poetas de alto vuelo hablar de sus temblores.
Hasta los pasos de cebra se han convertido en un espacio para contarse:
nuestros relatos tienen la misma importancia. Los que estaban en la calle
miraron hacia arriba: Ale descubrió que apenas quedaba cielo sin tachonar de
cables, Ely vio llover piedras en el centro Histórico de Puebla, otros no
pudieron ver nada porque el polvo de un edificio recién hundido los dejó en el
centro de una nube de yeso. Los relatos en este caso dependen únicamente del
espacio, estamos los que pudieron mirar al cielo y los que sólo pudimos ver la
casa, el nido protector, convertida en una feroz amenaza. “Entonces fue allí
donde me agarró el temblor ese que les digo y cuando la tierra se pandeaba
todita como si por dentro la estuvieran rebullendo” Escribió Juan Rulfo unos
terremotos antes.
Por
cierto, que yo estaba poniéndome una bota aquel martes, me
iba hacia el centro cuando empezó a moverse el salón: por segunda vez en quince
días esa inexplicable maleabilidad de las paredes, de las ventanas, el mundo
concentrado en una cerraja que no se abría. Llegaban los gritos desde el patio,
sobre todo los Cristina, la madre de Paola, una nicaragüense de Managua que
sabía de temblores. Mientras intentaba abrir la puerta recordé que escaleras no
y que entre el frigorífico y la pared, pero no quedaba hueco. Me dio por
hablarle bajito al terremoto: ¡venga! ¡ya estuvo suave!¡tranquilo, ya! le
decía, y repitiendo ese mantra alcancé la calle, donde por fin había brazos
humanos dispuestos.
El primer auxilio son los brazos, salí a
buscar Internet y todo el barrio se abrazaba, ya lo dije, eso lo repetimos
mucho estos días. Nada sorprende más que los abrazos entre desconocidos cuando
los necesitas, pero espero no volver a dar un paseo tan escalofriante como ese
nunca. Íbamos buscando el cielo abierto y casi no había, nos mirábamos a los ojos para sostenernos
mientras llegaba el próximo temblor y no cabía más miedo ni más tristeza. Cuando
oí que el epicentro estaba en Puebla me convertí en una niña que no quería ir
de entierro, volví al patio con los vecinos mirando esas aceras resquebrajadas,
leyendo por primera vez las cicatrices que dejan escritas en las banquetas los
terremotos. Luego, luego, en el patio, ya sabían que mis amigas estaban bien y
me buscaban y entraron dos mensajes milagrosos al FB gracias a la conexión que
me prestaron, volaban las claves aquel día: mis poblanos también estaban bien.
Se prolongó la reunión hasta después de
la cena y nombraron la misma convicción de
mil modos los variopintos vecinos: nos urge ser ciudadanos, cambiar este
gobierno y este orden tan viejo y tan injusto de las cosas, decían, y se fue
extendiendo la esperanza, el mandato de aprovechar el terremoto para recobrar
las riendas, y esa noche hubo un pacto firme entre los mexicanos dentro y fuera
de nuestro seno materno: unirse. Puestos a morir en un megasismo lo que nos
sobra son ganas de resucitar. Decían aquella noche. Y el abuelo miró a su nieto
Jero y le dijo: mira bien, está
sucediendo otra vez lo que te conté, esta cercanía con los demás también la
vivimos en el 85. Había empezado algo más que la reconstrucción o la campaña
electoral: de tanto susto el terremoto podía ser la terapia que quitara el
miedo. “Democracia puede ser también, la importancia súbita de cada persona”
decía Monsivais, y ese día cada persona, cada vida fue importante, por fin. El aprendizaje se produce fácilmente en
situaciones colectivas, el vehículo más rápido para llegar al aprendizaje es la
emoción. Pensar es dimensionar, pensar es dimensionar, pensar es dimensionar:
ese es el mantra que sustituyó a mi diálogo con la tierra cuando le pedía que
se calmara. Luego pensé en una pregunta terminal para este mundo tan terminal: ¿Qué
le ocurre a los humanos cuando tienen más miedo a otros humanos que a cualquier
catástrofe: un terremoto, un ciclón o un tsunami?
El miércoles no nos vimos los del pasaje,
cada cual andaba en lo suyo, en lo de todos, arrimando el hombro, intentándolo,
porque, ya lo dije, son 20 millones y no es así nomasito organizarse. El
gobierno se negaba a dar los nombres de las fábricas hundidas. Los
dueños identificados de las fábricas hundidas también se negaban a dar los
nombres de los trabajadores que estaban en el edificio de Chimalpopoca, en la Obrera.
Todavía no sabemos el número de los muertos, lo poco que se conoce es por unos
papeles sueltos vomitados por el sismo. Ni siquiera se sabía cuántas fábricas
tenían sus cuevas de esclavas allí. Sólo era miércoles, el día siguiente, y ya
se empezó a rumorear que el gobierno quería meter máquinas pesadas sin esperar
a las 72 horas, sin respetar las labores de rescate, la gente se fue poniendo
nerviosa en la fila de voluntarios. El asesinato por falta de medidas de
seguridad en maquilas es un clásico, se repite mucho, en el terremoto del 85
también se hundió una allí cerca. Las más débiles: trabajadoras indocumentadas,
inmigrantes ilegales, mexicanas pobres, son una y otra vez las víctimas.
Fueron afectados por la
sacudida, además de un colegio,44
edificios, algunos nuevos, que carecían de medidas de seguridad. El desastre dejó a la vista, por si no
nos habíamos dado cuenta, que la corrupción es el virus más mortal y que pocas cosas han cambiado desde el 85. El colapso de la fábrica textil no
fue la única coincidencia, este terremoto ha sido un espejo del otro: resulta
didáctico releer “No sin nosotros” la crónica que escribió Carlos Monsivais sobre
aquel septiembre, para comprobar cuántos
problemas no se resolvieron, cómo volvió a fallar la racionalidad urbana, cuántas
personas viven en edificios inseguros y que la colaboración de los voluntarios volvió a estar bajo sospecha y
vigilada por policías armados, por citar los más evidentes.“Esto pasó en
septiembre”, comienza diciendo Juan Rulfo en “El día del derrumbe”, y nos cuenta la esperpéntica visita de un
gobernador a la zona devastada. No sabemos a qué gobernador ni a qué terremoto
se refiere, no menciona el año y de los derrumbes sísmicos que conoció ninguno
sucedió en septiembre, ¡Rulfo siempre borrando pistas! Es sustancioso releer ese cuento ahora, por
aquí perduran los anacronismos, existen personajes tan siniestros como el que
él describe y están haciendo visitas igual de breves a los que se han quedado
sin nada. En México también se puede viajar del siglo XIX al XXI en muy
poquitos kilómetros: los tiempos conviven tranquilamente. Pero en
las grandes urbes y en las aldeas la desconfianza del pueblo hacia quienes detentan
el poder es más que desconfianza, es la certeza de que su afán de lucro y su
desinterés por la ciudadanía son infinitos y nadie escapa de sus garras. Nos
sorprendía, pero no leímos ninguna cifra, ni aproximada, de desaparecidos en el
terremoto, la cifra de desaparecidos políticos en este país es dos al día, la de
asesinados 73. ¿Quién iba a esperar una sensibilidad distinta a la habitual en
este caso? ¿Qué probabilidades tienes de que tú o tu cadáver seáis rescatados
si eres una persona “ilegal”?
Chimalpopoca
se fue convirtiendo con los días en una gran ceremonia de la desinformación, en
una post-verdad confeccionada por guionistas sin experiencia. –Aquí no van a
entrar ni grabadoras ni cámaras, que los periodistas tergiversan- Dijo una
supuesta voluntaria convertida en dirigente en pocas horas. –Que entre uno a ver
y luego se lo cuente a los demás, tú mismo-Dijo la misma ciudadana gritona.
Ante las quejas de la gente salió un Topo que nos aseguró que todo estaba bien,
que no iba a entrar maquinaria pesada que no fuese necesaria. A esas horas del jueves
se sospechaba la existencia un sótano convertido en comedor y lleno de gente al
que ya nunca se accederá. La existencia de ese sótano estaba guindada del
testimonio de un señor: había hablado con su mujer minutos antes del sismo y
ella le dijo que bajaba a comer al sótano. El topo nos describió un plano que
nos dejó igual de ignorantes, mucho. Enseguida apareció otro voluntario con
experiencia y autoridad que dijo algo sencillo: quienes quieran ayudar que se
vayan a Puebla o a Morellos.
Esos
días impresionaban aún más las armas, los granaderos amedrentando: ¿para qué
hacen falta armas en un rescate? Había mucha gente: ríos de gente que, cómo un
día normal en cualquier lugar del planeta, quieren hacer algo por sí mismos y
por sus hermanos bípedos que sufren injustamente: pero no saben qué. Nos
reunimos muchos periodistas al día siguiente, cada uno había hecho lo mejor que
sabía su trabajo: buscar la verdad. No había protagonismos esa noche en el
gremio, verdad posible tampoco, sólo relatos que se restaban, anécdotas
contradictorias: hay verdades diametralmente opuestas que suceden simultáneamente
a pocos metros de distancia. Simultáneamente se inventaba a una niña
innecesaria en Televisa y Ale y sus compañeros decidían ir casa por casa para
repartir el acopio de alimentos en los pueblitos de Atilixco, no se fiaban de
las mujeres de los alcaldes que querían organizar la ayuda desde sus almacenes,
y además querían dar algo más que comida o ropa. Así, casa por casa, conoció a
dos viejitos que vivían en una escuela que se iba a hundir, y vivían con ese
miedo desde mucho antes del terremoto, no logró que aceptaran más que lo justo:
tenían una decencia sin límites, más de ochenta años y ganas de terminar con
aquella vida de hambre y sustos, le dijeron. En otra casa le contaron que no
querían más sardinas, que lo que querían era poder arreglar el horno para hacer
tortillas. En otra le quedaron grandes los zapatos a una niña y se los tuvo que
amarrar bien, pero le prometió que le llevaría otros y lo hará. Simultáneamente
una señora rica se gastaba mil dólares en medicamentos y unos rateros
aprovechaban para robar a los damnificados. También tuve noticias de delincuentes
convertidos en samaritanos y de receptores de alimentos convertidos en una
suerte de delincuentes porque venden las latas de sardinas a diez pesos. Nunca
será lo mismo el crimen del amo que el crimen del esclavo. También al mismo
tiempo el gobierno comenzó a re-etiquetar la ayuda como suya y grupos de
arquitectos, periodistas y abogados se organizaron para documentar el estado de
los edificios y buscar a los culpables. Y seguro que hay policías y militares
que han trabajado mucho y otros que han entorpecido el rescate. Probablemente
habrá mucha gente que haya visto por primera vez la pobreza real de este país
tan rico y esté asombrada, pero también hay muchos empresarios que se frotan
las manos calculando sus beneficios con la reconstrucción: algunos días parece
que el terremoto lo encargaron ellos.
Tres
semanas después
59 segundos
han provocado relatos, cambios profundos e interesantes reflexiones. Estoy
segura de que los que estuvimos aquí aprendimos mucho estas semanas. Este
terremoto ha sido un master práctico en el que hemos descubierto que pensando entre todos tenemos muchas
posibilidades. Buena parte de la juventud mexicana está muy formada, aquí el
orgullo de un padre no es que el hijo tenga un coche sino una carrera, y los
que no accedieron al conocimiento oficial tienen otros y además se respetan.
Internet, con sus pros y sus contras, es útil en los momentos de urgencia, y
después. Organización ha sido la palabra clave y hubo otra que se resignificó:
Logística. Todos repiten: zapatero a tus
zapatos, y se preguntan qué pueden aportar desde su conocimiento. Y eso es un
buen comienzo. No quieren volver a tapar lo que dejo al descubierto el
terremoto.
Pero
los obstáculos son muchos. Hay que seguir comiendo y los salarios son tan bajos
que obligan a tener dos y hasta tres empleos para mal vivir. No creo que haya
bajado la oxitocina y se hayan olvidado de lo que vieron. No creo que se haya
desinflado el afán de ayudar, y de ayudarse, y que volver a la normalidad signifique volver a la
indiferencia hacia el prójimo. Estoy segura de que el terremoto del día 19
provocó otro sismo, el de la conciencia colectiva, y en pocos días este país ha
conseguido crear más tejido social del que imaginamos. Quiero creer que los que
trabajaron por lo mismo desde la abogacía, la medicina, la educación, la
cocina, el periodismo, la arquitectura, la informática, la albañilería y el pico
y la pala han podido calcular en montos vitales mucho más importantes que el
dinero lo rentable que es estar unidos.
Seguirá...