miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tanger-Kenitra-Marrakech



Desde Tanger hasta Kenitra por autopista no pude dejar de pensar que el progreso, esa infección, había bajado desde el estrecho, que era la garganta. Nada se parecía desde allí al Marruecos que yo había visto hacía más de veinte años. Hasta el desvío a Kenitra podíamos estar en cualquier parte del mundo uniforme. Pero un poco más adentro era viernes y la ciudad olía como huele la alegría del sur y su generativo caos.

Dormimos en una barriada a las afueras, a la orilla de la playa y, como leeríamos en la guía unos días después, las gentes “pasean frenéticamente” desde bien temprano. Algunas jovencitas con velo se sentaron en la terraza del hotel a desayunar después del paseo, siempre me reconforta ver mujeres en los bares.

Desde Kenitra a Marrakech pasando por Casablanca me llama la atención la simetría absoluta en el orden de llegada y el de partida de los viajeros, si me diera por escribir novelas a esta no tendría que buscarle la estructura, bastaría con convertir lassumas y restas en armazón.

B-M,

B-M-T

B-M-T-R

B-M- T- R-W

B- M-T-R-W- L

B-M-T-R-W-

B-M-T-R-

B-M-T

B-M

Llegamos, ya reunidos y a la hora punta, a Marrakech. A tiempo para disfrutar de los ciudadanos corriendo en todas las direcciones, esquivándose lo justo, ciñendo hasta las ruedas, sin tropezar. A tiempo para ver el hervidero de bicicletas, autobuses, motos, carretillos, camionetas y taxis danzando en las rotondas. Y con R al volante, que además de encontrar nuestra puerta de memoria, no frena ni acelera en falso, se desliza al ritmo de todos y se divierte.

Atravesando los primeros suks aromáticos y cruzando un par de puertas más encontramos pronto “Riad Les inséparables”, el lugar que había reservado L. La rehabilitación más fiel del pasado árabe empaquetada con inspiración francesa. Tentador, pero salimos raudos, ya volveremos.

Acabábamos de reencontrarnos y se hacía tarde. Había que elegir y entre mirar fuera o mirarnos, cenar o cervezas, y nadie dudó