lunes, 6 de octubre de 2014

Hacia la transparencia.




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 Ese párrafo estaba subrayado por mi madre con tres rayitas:


Un mundo sin clandestinos. Una casa de cristal. Una era sin intimidades secretas: donde todo se pueda saber, porque nada sea culpable. Tierra de brujerías: el despiadado agente de la religión triunfante fue reduciendo la noche y al descampado a los paganos, les hizo que redujeran de sus gestos, les impuso el disfraz de sus adoraciones. No habrá libertad nunca mientras alguien tenga que ocultar quién es, qué hace, cuál es su sexo, a quién ama o quién le ama, dónde vive, cuánto gana, cómo imagina que debe ser el mundo. No habrá libertad nunca. Jamás.


Un poco más abajo subrayó:

Los españoles tenemos una maldad: no olvidamos las tonterías.

La imagino pensando meticulosamente en lo que había subrayado mientras hacía una de esas tortillas francesas papirofléxicas, perfectas y sencillas, que nunca voy a poder imitar.

Ha sido un reencuentro intenso con mi madre releer a don Eduardo Haro Tecglen. ¡Les debo tantas ambiciones a esos dos!