viernes, 9 de noviembre de 2007

A quien me esta leyendo.


No te lo creerás pero esta noche me has deslizado una nota en sueños, en un papelito roto, cuadriculado, y yo quería contestarte con un sms, ¡que tontería!. Es viernes y me voy a tomar fiesta porque, después de dos cafés, no se me han ido las ganas de contestarte a esa nota que, estando despierto, nunca me pasaras.

A veces sospecho que nos encontramos en otro sitio un par de veces al año, cuando sueño contigo y te mando un correo sofocado contándotelo; cuando me urge saber si ha nacido tu hijo, saber si después de ¿cuántos?, diez años sin vernos, sigues estando en algún sitio concreto en un mapa, o cuando necesito decirte que sigo deseando ininterrumpidamente que estés alegre (aunque no sea tan alegre como tú me imaginas a mi)

Yo sé que a mi edad debería decidirme, ser escritora o empezar un diario íntimo para los desahogos matinales, pero ya me ves, sigo en caminos poco ortodoxos, inconsciente y entregada pero indecisa. Lo que no voy a hacer hoy es enviarte otro correo, aunque no deje de escribirte sabiendo que me lees, no necesito respuesta, además sospecho que a todos nos agobia ese otro que dejamos atrás y nos desconciertan quienes siguen siendo lo más conocido cuando se han vuelto ya tan extraños. No es necesario ver a quién ya es un trecho tú.

Así las cosas haré literatura. Sé que esta nota solo tiene sentido en el terreno literario del que proviene, como tú y yo: y ahora caigo en la cuenta de que el pasado que compartimos empezó a volver el viernes pasado, cuando leí en El País que iban a publicar la segunda parte de aquel relato de Cortázar.


Luego todo se terminara convirtiendo en una guiño hermoso, con poesía, con su sustancia, cuando le cuente a Javier que soñé contigo (cuando le cuento que alguien me gusta, poquisimas veces, creo que solo una, se lía a defender tu espectro con furia: "no encontraras a nadie con aquel misterio y aquella enjundia", me dice). Ya sabes, Javier sigue jodiendo, Javier violencia y ternura. También gracias a ti, y como en un cuento, Javier, ahí, cerca.

Siempre tuve la impresión de que era sobre todo para escribirla nuestra historia, bueno, mi cara de la medalla. Tengo el principio, no creo que recuerdes aquel día, comíamos en el clínico y viniste a tomar café. A partir de entonces cuando iba a la biblioteca de la facultad me sentaba en el pasillo a leer, no te decía nada, me bastaba verte subir las escaleras, tú no me veías mirarte porque era la novia de tu amigo y tú, que entonces eras el filólogo aplicado que venía de repartir pollos, siempre tenías prisa. Y luego aquellos otros diez, quince años, de encuentros y desencuentros. Volví a llamarte yo, entonces aún no sabía por qué había guardado tu teléfono, bajé cuatro pisos corriendo para pedirte que me desintoxicaras: acababa de echar de casa a ese critico literario gordo que convertía en polvo todo lo que importaba con solo mentarlo y que ahora ya tiene prestigio. Luego, cuando tuve un vestido rojo y me iba a casar, el otro novio, el despechado, que conocía mi secreto, te invitó a cenar para intentar desbaratarme; lo logró. O en Asturias, yo venía de una boda en Santander y creo que es la única vez en mi vida que he tenido una aparición: estabas en las escaleras del horreo, ¿o era panera?, leyendo a Tabucchi (no serían Las tentaciones de San Antonio ¿verdad?). Si lo escribiera contaría sobre todo las tardes en las que empezaban las vacaciones en los institutos y tu aparecías en la librería al final de la tarde, con un pastel dulce y otro salado. ¡Cómo no me voy a alegrar de mi cara de la medalla si por aquella pirueta para seducirte conocí a Landero! (y ya ves, lo que son las cosas literarias, a mi vuelta fui primero abducida y luego adoptada por el Circulo Faroni). Tambien había sido por ti, huyendo de ti, en otro alarde literario, lo de cruzar el charco.


Ya no estábamos tú y yo en ninguno de los dos cuentos de Cortázar, ni siquiera con los papeles cambiados. ¡Yo que estaba tan convencida de que siempre nos iba a encontrar en Las caras de la medalla!. No estábamos en ningún sitio pero en el que menos en el tono dolorido. Al menos desde este lado no hay ningún desasosiego, (aunque no me preguntes por qué casi no he vuelto a pisar Barcelona, no entendería verte y tampoco no verte, ¡al tiempo!). Eso si: tiene más sentido mi vida sabiendo que eres alguien que anda por ahí.


¡Vaya nota larga!. Cuando lo único que quería decirte para responder a la tuya es que por favor te cuides mucho.