sábado, 27 de septiembre de 2008

La cordura del invierno



Sonia Antón me decía un día que los viajes en autobús no son para leer, son para cambiar mirando el paisaje, estoy totalmente de acuerdo, oigo y obedezco.

Durante el camino intento aislar lo diferente, lo importante.

Este año le ha tocado dejarme los calcetines a Elena, ya los ha visto. Las hermanitas de los hermanitos, esa otra estela, son amigas entre sí y de todos nosotros, nos vamos cruzando por el mundo y convivimos unos días, luego siempre tenemos mucha información y muchas versiones los unos sobre las vidas de los otros, conocemos detalles de trabajo, de amores, de progenitores y descendientes; son muy importantes los sobrinos (Antoñito parece un Lord Byron de siete años en esas fotos de la selva con camisa blanca, veo sus fotos y ya lo estoy oyendo hablar. Emilio es precioso y se parece a Moni) En fin otra novela. Sobre todo porque nos influimos sin pudor.

Llegó Carmela, hacía once años que no nos veíamos, desde El Salvador. Llegó y como la peluquería es su vocación frustrada me cortó el pelo, esta creando un estilo nuevo, nos lo corta a casi todas en distintas esquinas del mundo. Esta semana casi seguro que se lo corta a Mónica en Ecuador. Y Mónica y yo pensaremos la una en la otra desde el mismo corte de pelo.

Los cuadernos de José. Los precedentes de los blogs pero de otra manera. La intimidad. La continuidad. La otra conversación apuntalada con citas, con iluminaciones, con sueños, con presentimientos y también con borrascas.

Las notas como estas, para que no se nos olviden los detalles importantes. Ese señalar continuo, siempre diciendo: mira donde ví, dónde me fijé. Como ir dejando miguitas en un camino, sin ninguna garantía pero con afán.

Siempre nos hemos leído los cuadernos sin comentarlo explícitamente. ¡Cómo no hacerlo cuando vives tanto tiempo en la misma casa y te quedas solo ratos y ratos con los cuadernos de los otros! Pero uno de estos días dije (se me escapó)

-Todavía no he leído tu cuaderno, lo he visto encima de la mesa pero aún no…

Al día siguiente me dejó el otro y leí los dos.

Por la noche la conversación era exacta, concreta, fluía, era la conversación adecuada para ese vino perfecto que trajo José para la última cena: chuletón de la zona y calabacines del propio huerto rellenos.

Aún no he mencionado a Eva, la tercera de la casa.

-Estoy regular, no tienes más que mirar el huerto, mi cabeza suele estar como mi huerto,

Dijó Eva. Dijó eso y poco más y ya supe que estábamos donde teníamos que estar: juntas desayunando en un porche.

Fresnedilla es Sisely, el pueblo de Doctor en Alaska. Las casas tienen pasillos invisibles entre sí, todo el mundo tiene tiempo, el transporte es la bicicleta. Quedas con el carnicero a las siete y cuarto. A mitad de danza Blanca nos habla de Valente. En el Amador los sábados por la mañana se lee la prensa en comandita.

Alguien no quiere vino:

-Es que no me gusta regar ebria

dice tronchada de risa

Tienen algo triste las estaciones, las de ferrocarril, se obstinan en ensartar la memoria de muchas otras llegadas. Pero enseguida se me olvida, enseguida llama Inés y hablamos y hablamos mientras estreno, por fin, el flamante tren que me deposita en siete minutos en mi pueblo.

El pichi se vuelve a bañar a las once, Ana Pilar pasa por la plaza con Paula, su hija, tengo montones de sobrinos, y me pregunta si me sube el periódico: Anita conoce mi adicción a los pijamas y a las emboscaduras en el rincón de la terraza. Hoy iré a nadar. ¡Ya no recordaba lo acogedoras que son las prendas de abrigo y el invierno desde ese rayo absoluto de sol!


Los treboles son de Michal Bartory un tipo visionario