jueves, 7 de julio de 2011

Nos acechan el azogue y el cristal

Quizá porque no mirarse con frecuencia es una condición necesaria para diluirse en los demás, una estrategia para olvidarte de que también estás en el guión. O porque resulta agotador constatar cada día más senderos de arrugas. Y porque si uno no se mira con frecuencia es más fácil que se encuentre a su fantasma en cualquier escaparate durante una décima de segundo preciosa. O porque nos tomamos en serio a Borges con los espejos y la cópula.

Y no es exacto que nunca hayamos tenido espejos, en Ayutuxte había uno pequeño por algún rincón, hacia dúo con un peine amarillo, y otro, sin azogue casi, frente al lavadero. Ahora hay otro con las mismas picaduras frente a la fregadera, claro que lavadero y fregadera son sitios de pensar y escribir, y aunque sea de soslayo te tienes que mirar.

Viene mi hermana, no me queda de otra que comprar espejos, como si fueran objetos inocentes, todavía está escandalizada porque cuando vino a Ámsterdam no se pudo ver allí a sí misma.