jueves, 13 de enero de 2011

Babel en casa o los placeres y los días


Disfruto del batiburrillo de sonidos que se organiza, sobre todo en las cenas, me gusta fijarme en como suena sacacorchos o abrelatas en holandés, no entender nada de nada cuando esa tropa juega a las cartas, o entender, pero no del todo, cuando la noche se despeña en inglés. Los comodines portugueses y franceses de Ruth, la vuelta al gesto con Ann y la dicción pausadiiiiiiiiisima de Martín. La cara abrumada de Wiep cuando intento ayudarlo y no hago más que complicarle la vida haciéndole buscar, además del objeto, su nombre en francés, en inglés o en español. Lo callado que parece el rubio, que todo lo habla, y el inglés diáfano de la niña:

-¡Como no me vas a entender si sabes perfectamente lo que estoy pensando!

Ruth está estudiando español y nada más llegar me dijo:

-Marta, me alegro de hablar contigo. Yo soy una mujer muy interesante

Tiene examen de verbos y todos hemos tomado conciencia de lo complicado que es distinguir el ser y el estar:

-¡No! ¡más composses noooo!¡ no entran!

Grita Ruti. Le hemos etiquetado la casa, pero las etiquetas se han ido cambiando de lugar con el uso, la de silla terminó en una mesa y la de las llaves del coche se pasó a la guantera. Un día la encontré llamando grifo al espejo del fregadero.

Luego está nuestro esperanto: en el molino no hay jardineras, hay vacas de plantas, ni villancicos, aquí siempre se han cantado balconcillos, la casa de aperos es la casa de perros y las castañuelas se han vuelto castañetas.

Descanso mucho en nuestro jaleo de gestos y onomatopeyas.


Imagen Su Blackwell