Me gustó hacerlo, era como suplantarla un rato. Me
acordé entonces de eso que tanto menta María Jesús, mis primeras
fiestas a los trece años. La noche de más miedo, cuando Emilia y yo
nos dimos cuenta de que había amanecido y aún estábamos sentadas
en el cajero de detrás de la iglesia mirando el agua. Corrimos como
gamos, y la encontramos planchando.
Diez minutos después de
recordar aquella mañana sonó el teléfono, era Emilia, con quien
hacía muchos años que no hablaba, y que enseguida me dijo: si algo
recuerdo de tu madre es esa cara tan seria que puso cuando nos vio
aparecer, y la carcajada de luego.