lunes, 20 de enero de 2014

Frío y reflexivo paseo con un interlocutor triestino.





Lado Tevdoradze



Él ha dicho:


(...)Quienes creen que el encanto es algo fácil, son fáciles presas del cinismo reactivo cuando el encanto revela sus grietas o deja de manifestarse. En el desencanto, como en una mirada que ha visto demasiadas cosas, se da la melancólica conciencia de que el pecado original ha sido cometido, de que el hombre no es inocente y el yelmo de Mambrino es una vacía. Pero se da también la conciencia de que el mundo de vez en cuando es tan encantador como el Edén, de que los hombres débiles y malvados son también capaces de generosidad y amor, de que un cuerpo efímero  y mortal puede ser amado con pasión y el yelmo de Mambrino, aun inencontrable, refleja su resplandor en las cazuelas oxidadas. El desencanto es un oximorón, una contradicción que el intelecto no puede resolver y que sólo la poesía es capaz de expresar y custodiar, porque dice que el encanto no se da pero sugiere, en el modo y en el tono en que lo dice, que a pesar de todo existe y puede reaparecer cuando menos se lo espera. Una voz dice que la vida no tiene sentido pero su timbre profundo es el eco de ese sentido. Fue la ironía de Cervantes, que desenmascaró el fin y la torpeza de la caballería, la que expresó la poesía y el encanto de la caballería.

El desencanto que corrige a la utopía refuerza su elemento fundamental, la esperanza. ¿Qué es lo que puedo esperar? Pregunta Kant en la Crítica de la razón pura. La esperanza no nace de una visión del mundo tranquilizadora y optimista, sino  de la laceración de la existencia vivida y padecida sin velos, que crea una irreprimible necesidad de rescate. El mal radical-la radical insensatez con que se presenta el mundo-exige que lo escrutemos hasta el fondo, para poderlo afrontar con la esperanza de superarlo. Charles Pegury consideraba la esperanza como la virtud más grande, precisamente porque la propensión a desesperar está tan fundada y es tan fuerte, y porque es tan difícil, como dice en su "Portico del misterio de la segunda virtud", reconquistar la fantasía de la infancia, ver como todo se va desarrollando y sin embargo creer que mañana irá mejor.

La esperanza es un conocimiento completo de las cosas, observa Gerardo Cunico, no sólo de cómo estas aparecen y son, sino también de aquello en lo que se tienen que convertir para conformarse a su plena realidad aun no desplegada, a la ley de su ser. Se identifica con el espíritu, como enseña Bloch, y significa que tras cada realidad hay otras potencialidades que hay que liberar de la cárcel de lo existente. La esperanza se proyecta en el futuro para reconciliar al hombre con la historia., pero también con la naturaleza, esto es, con la plenitud de sus propias posibilidades y pulsiones. (…)

Claudio Magris.