domingo, 30 de marzo de 2008

La primavera, las dosis, los antídotos




La primavera

La primavera llega devastadora; las nubes de esta mañana parecían manadas de flamencos, todos los árboles están en flor y hoy era ador en la gasolinera, alguien había levantado la tajadera y el agua corría loca por las acequias. Pero también había ador lacrimal, malas caras y mucha tristeza: oscuros, cabizbajos, huraños estábamos todos, y Sonia Martínez, que es de campo y entiende de ciclos repetía:

-Tranquilos, que sabemos lo nos pasa: es astenia primaveral.

Como aquel rinconcito tiene algo de confesionario, a los que venían con males de amor les repetía moviendo las coletas eso que a ella le encanta, no recuerda dónde lo ha leído, en alguna de tantas revistas de papel couche de los fines de semana.

-Vamos a intentar no buscar medias naranjas y ser naranjas enteras. Y no te pongas modorra/o
(porque a la depresión en Aragón se le sigue llamando modorra)

Decía como si dijera abracadabra, aunque ella está muy triste lo de la naranja la consuela.

Las dosis

Cuando no me siento demasiado ligada afectivamente a vosotros me resultáis hasta agradables.

Les he dicho a esos dos, tomando café, en el hospital. Y sé que lo han entendido. Porque sé que esas eran las palabras mágicas y llevaba buscándolas más de treinta años para ella y catorce para él. Antes de encontrar las palabras exactas es necesario encontrar la distancia adecuada, la que es: ni más ni menos.

Sus caos no van a contar conmigo esta primavera.

Los antídotos


Son para cuando hacen falta. A mi me los guarda Pepito, le pago una cuota todos los meses y así, cuando voy no tengo que mezclar los números con las palabras. Al final de la sesión Pepe me dice, como los gitanos, tanto a tu favor, tanto al mío, y listo. A veces ni me dice nada.

Es nula mi capacidad de previsión, ni yo sé cuando es esa mañana destinada a vagar entre anaqueles. El viernes fue un buen momento, mientras mis tribus danzaban en Al-Andalus.

Primero doy vueltas como un zompopo cuando entro en Antígona, a veces me dejo atrapar por las estanterías de filosofía pero me salva Pepe con un cigarro (en Antígona se fuma) y me arrastra hacia la mesa de novedades:

-Hace casi treinta años que nos conocemos y nunca habíamos tenido una tormenta tan fuerte de poesía, ¿qué te parece?

-Recomiéndame algo Pepe, anda.

-¡Yo!, yo solo leo textos científicos. Vete a la trastienda y habla con Julia. Aprovecha y fíjate, hay cosas de crítica que te interesan.

Pero ya sale Julia y me empieza a recomendar, y supongo que cree que no le estoy haciendo ni caso, pero enseguida interviene Pepe, que será mi mejor terapeuta, seguramente, desde hace casi treinta años, y conoce todas mis rarezas. Y entre los tres se convierten en un festín mis caos. Luego sigo vagando sola y hago una montaña que aumenta y disminuye sin cuidados. Se me olvidan casi todas las críticas y muchas recomendaciones, otras no.

Mientras Pepito va metiendo los libros en la bolsa nos fumamos otro cigarro, revisamos la información sobre amigos y conocidos, con monosílabos muchas veces es suficiente, ya en segunda purga dice:

-¡Este déjalo! solo promete. Esto ¿cuántas veces te lo has llevado?. Esta mujer es muy buena.

Y me guiña un ojo:

-¡que leo!

Y la vuelta a la realidad son tres bolsas llenas y el coche en el quinto infierno, porque para ir a Antígona es imprescindible haber aparcado bien y tener tiempo de entrar en el bar de al lado a revisar el botín, para ir intuyendo, con un poco de sobrealiento, como serán los próximos meses.