miércoles, 8 de abril de 2009

Si decido ir en tren la otra quiere ir en coche

  

No es fácil ser géminis, o indecisa. 

El lunes tocaba el tema del personaje. Nunca me preparo mucho esa clase, soy consciente de las gilipolleces que puede uno pensar en casa, solo, y a las tantas, sobre cualquier tema, pero más sobre ese en el que nadie se ha puesto aún de acuerdo ni en  cómo teorizar. Siempre descubro que todos sabemos mucho más de lo  que creemos sobre personajes, y mi reto es hacer funcionar la memoria. 

A veces pienso que los personajes que nos influyeron, nos influyeron tanto que ya no somos capaces de discernir; los incorporamos a ese conjunto de fragmentos que nos consiste, por no decir eso tan horrible: a nuestra personalidad y, tan ingratos somos, que ni nos acordamos de cómo se llamaban. 

El tren fue un transporte inspirador el día que nos tocaba el tema de la casa. Mirando por la ventanilla se ve desde un desprendimiento muy saludable. Cuando viajas en coche poder parar es una posibilidad que desvirtúa: parar es apropiarse. Desde el tren no, desde el tren el paisaje y las casas se deslizan, son potenciales. 

En el tren era más fácil encontrar algún personaje, pero fui a la primera clase en coche. Aparqué enseguida (esa estúpida suerte para las cuestiones menudas) Habíamos cambiado  de lugar y llegue con más de media hora de adelanto, así que después de ver el aula me fui a comer una croqueta. 

Hasta aquí la realidad, siendo despistada es fácil atravesar sus linderos y, buscando una croqueta, me metí en un prostíbulo a las dos de la tarde. Me salieron al paso botellas, muchas botellas de alta gradación que ya ni existen: creo que el pasaporte a la dimensión de personaje  me lo dio una de Fundador que estaba al lado de otra de Licor 43, ¡hay segundos tan largos que me dio tiempo para ver a su lado una del familiar Machaquito! Algo hizo El Heraldo para acogerme.  Pero  detrás de aquel Heraldo había un camarero siniestro que mientras leía hacía cuentas extrañas mezclando aspas y números. 

La luz es el noventa por ciento de la atmósfera Martita, esto será una quiniela, irte no puedes con toda esta gente mirándote entrar, así que habla que te oxigena-pensé.  Y dije: 

-Una caña 

 Y esa voz ya no era la mía. Era la voz del narrador pillado, convertido en personaje: debajo del foco contiguo me acosaba la mirada de un viejito predispuesto que le daba vueltas a una copa de coñac, y de banda sonora había una película en la que continuamente susurran. Hacía un calor de muerte allí dentro, pero no me atreví a quitarme el chaquetón, me acordé de que llevaba escote También me miraban, desde un rincón oscuro, con voces de recién levantadas, tres prostitutas casi ancianas. 

-Vaya barro, se me han manchado las botas nuevas

-¿Las de leopardo?, ¿las que estrenaste ayer porque era domingo de ramos?

-y a mi chica le compré unos calcetines ¡qué pasa!, da buena suerte

-¿y qué te vas a poner esta noche?

-pues las he limpiado con un trapo húmedo y las he puesto en el balcón y a ver.

-¡cómo que te crees que así se te van a a curar! 

Dijeron, y yo ya me fui, para hablar del personaje, o de mí misma desde la perspectiva de esos cinco. 

La imagen es de Anna Boch