miércoles, 8 de julio de 2009

Los cristales de las verdades no dichas son venenos insolubles


Esta vez me toca a mí perorar durante el paseo. Casi había decidido dejar de leer periódicos porque a las ocho ya estoy al corriente de todas las novedades. Para rabiar en seco mi madre y mi tía; llevan al dedillo las subidas hipotéticas de impuestos, los bailes de pactos, quién se levantó y quién no se sentó, los aún futuros planes de las ETTs y los mínimos detalles de la mesa esa de los contratos gratis del siglo XXI.

Pero hoy me toca a mí contarles.

Había un tremendo silencio, el aire estaba cargado de desconfianza -les digo de Honduras- me pareció siempre un lugar opaco, en el que a la gente le habían bajado el volumen (se notaba mucho viniendo de El Salvador o llegando de Nicaragua) Eso me pasaba también en Guatemala, pero de otra manera, en Guate la eterna primavera y los colores indígenas maquillaban de otro modo la tristeza.

Y les sigo contando como es de hermosa la costa garifuna, las playas de Tela y de la Ceiba, Trujillo. Y también les cuento las ruinas de Copan, y lo que pasó en aquella plaza de Santa Rosa y las fronteras, el Amatillo y el Ocotal, dónde un día me cobraron cinco lempiras más argumentando que se había ido la luz.

Y luego, cuando vuelvo a casa, me pongo a navegar buscando no sé qué, algo que explique por qué sucede en Honduras esto y ahora. ¿Qué se está calculando y qué viene después? ¡qué retrato, de tamaño natural, el de los medios internacionales cuando contaban la noticia sin decir “golpe de estado”! ¡Qué independiente la oligarquía Hondureña, de pronto, con lo sometida a los Estados que estuvo siempre! ¿Ahora da golpes de estado ella sola?

El título es de María Zambrano.

El cuadro de Grandville, alguien que interesó a Poe y a Darío. Uno que se volvió loco por dibujar tan pormenizadamente sus sueños.