Chilla la madre china en el piso
de arriba. Está bien preguntarse qué puñetas dice, pero los ha hecho llorar.
Vivo escoltada por niños diversos, los tres de la habitación de arriba cantan
en chino y los tres de abajo cantan jotas. Si lo piensas no es una tontería
dormir en medio de dos ritmos tan diferentes. Aunque la cosa es que canten,
porque se había quedado triste el edificio desde que se fue Marcia llevándose
los olores y los sonidos de República Dominicana.
Mientras oigo todo eso amueblo mi
sedentarismo. Me estoy inventando un ecosistema acuático en la galería de la
cocina. Contaba Octavio Paz que después de un terremoto, por la rajadura, creció
una hiedra en su habitación, y esa imagen me obsesiona. Estoy inaugurando un género en mi life: el de
los espacios definitivos y reposados. Hasta los libros se han puesto rectos. La
casa es el segundo cuerpo, y el edificio lo que lo rodea. Voy a seguir atenta a
lo que suena arriba y abajo.