jueves, 23 de abril de 2015

Aquí un día allí un año



Cada vez me intrigan más esos momentos que se clavan como un dardo en la memoria sin previo aviso. Ni siquiera sé si son esos los momentos de absoluto. Creo que no siempre. En todo caso los recuerdos de cosas exactas que no hay manera de sacar del magín se pegan la vida jalándome atención:

Entonces me paró un chico delante del cafetín de letras, en la U, que era una mezcla de Universidad y Selva en la que la gente hablaba y hablaba y se conocía, y me dijo: 

-Disculpe, pero ¿es usted quién le dejó las gregerías de Gómez de la Serna a un chavo que se llama Fran y estudia sociología? porque ese chavo se lo dejó a un chero mío que me lo prestó y ese libro me ha vuelto loco. ¿Podemos tomar un café y comentarlo? 

Como era librera arruinada me fuí llevando la biblioteca y poniéndola en circulación. Nunca he visto más afán que en el San Salvador de después de la guerra, ni lecturas mejor conversadas, ni más rebusque. ¡Había tan pocos libros! No es por dadivosidad por lo que se quedaron tantos míos allí, es porque aún siento el gusto que da la certeza de saber que eran buenos y que los siguen leyendo. ¡Me salí con la mía! ¡Con las veces que había dejado libros en el sillín de la bici para que me los robaran y nada!¡Con las veces que me dijo mi madre “deja a la gente en paz, si no quieren leer que no lean”! 

La foto se la robo a una gran lectora salvadoreña, Isabel Villalta.