domingo, 6 de julio de 2008

Vivir mirando mirar




Quizá influyó haber encontrado esa exposición por sorpresa, pudo ser que por eso nos impresionara tanto. Paseábamos por Santander sin rumbo y nos atrajo el Palacete del Embarcadero, entramos y nos quedamos anonadados. José María Sicilia había pensado los cuadros para aquel lugar, eran solamente unas líneas rojas en un hexágono blanco abierto al mar, pero había una precisión en las manchas, un control en aquel aparente accidente, que nos dejó clavados en el sillón que había en el centro. Nos quedamos mucho rato y la perplejidad fue ocupando el espacio entero; la nuestra y la del guardia de seguridad, que no entendía como podíamos llevar tanto rato allí.

-A mi esos manchurrones me ponen histérico

Nos dijo cuando llevábamos más de medía hora solos y ya estaba a punto de cerrar.

-¡Y pensar que me queda aún un mes!

Suspiró.

- El oficio lo aguanto bien, ¡y me ha tocado ver cada cosa!, pero esto, ¡esto es excesivo!, exclamaba extendiendo los brazos en las seis direcciones al mismo tiempo para convencernos de que no exageraba: ¡esto!, ¡esto!, ¡esto!; ¡es que no tiene nombre!

Aquel hombre sufría de verdad. Y nosotros sabíamos que nos había visto disfrutando; llevaba un rato mirándonos mirar. Y también sabíamos que lo que nos pedía era una explicación, o un milagro, una revelación que le ayudara a sobrellevar las horas que le quedaban por delante. Fuera para lo que fuera, comunicarse era lo que quería, y había hecho un esfuerzo, no parecía una persona extrovertida.

Nos quedaban unos quice días más en Santander y el tema no dejó de rondarnos. Paseábamos y paseábamos y a los dos nos apetecía volver a pasar por el embarcadero, pero seguíamos sin saber qué decirle a aquel señor, ¡no sabíamos ni cómo mirarlo!

Días antes de irnos, por fin, dimos con el quid. Aún pudimos ir un par de veces más a ver la exposición y nos volvimos a sentar un rato. No sé si le hicimos creer que habíamos vuelto porque pasábamos por allí, para charrar, para saludarlo. Era un hombre muy agradable.


El cuadro, claro, es de José María Sicilia y se titula Una luz que se apaga