viernes, 15 de noviembre de 2013

Hoy pincha una chica que me quita el miedo.








Si algún día se me va la olla, Joaquina, mi psiquiatra en línea, me avisará.

Buena elección. No es cierto que abernuncie de toda, toda, toda la música de los ochenta. Exagero para que noos pongáis pesadicos.

Un caos débil o el miedo, ese tabú gaseoso.




Ya está, ya lo he borrado casi todo, hay que seguir  los buenos ejemplos.


Lo que quedó fue:

Me da miedo escribir sobre el miedo, implica recordarlo, lo haré, estoy en ello, pero no ahora. Tengo que pasear mucho todavía y no es el momento, hace un airé que se nos lleva. Además. Ya lo dije. Me da miedo.

Pero:

¡El estímulo fue tan fuerte! ¡te modifican tanto las cosas bien hechas!  

Salimos del teatro como miuras, locos por hablar del miedo: el miedo en las manifestaciones, a un diagnóstico, a una llamada, el miedo a lo más próximo y a lo más lejano,  y a los otros, y a nosotros, y a los insectos, y a dar miedo, y al poder, a las vísceras, al desamor, a la desatención,  a la oscuridad y a un frasquito con tapa, lleno de objetos, que se me aparece en sueños (y sobre todo a un trozo de la tela de un vestido que nunca tuve,con un corchete, que está en ese frasco)

-¿Y a la locura? 

Le pregunté después a Ana. Pero mientras formulaba la pregunta me di cuenta de que la locura estaba perfectamente espolvoreada en Haunted House, que es una pieza de jazz,  una obra en marcha, una articulación que se retroalimenta. Un maravilloso artefacto sólo apto para los que tenemos miedos.

 Gracias, gracias, gracias Marcos, Leire, Ana, ¡qué ensanchamiento!