El tiempo y las soledades
Para quien no tiene
compromisos es difícil acotar el tiempo, pero es imprescindible. Javier siempre
queda consigo los sábados a las cuatro y
media.
Quedamos para comer el
sábado pasado, pero se fugó con la conversación a mitad.
-Lo siento, pero es sábado. No
deberíamos haber quedado hoy, así, sin tiempo, pero tenía muchas ganas de
verte. Volvemos a quedar enseguida, cualquier otro día de la semana.
Abuso de confianza.
Me pregunta Luis C.
-¿Cómo estás?
Y le disparo:
-Protegida por una profunda
indiferencia interior.
Como consecuencia del pedante
aldabonazo tengo que pasar un buen trecho de conversación tranquilizándolo.
El para qué
Siempre aparece muy tarde y
casi nunca se parece al objetivo.
¿Para qué estuve grabando lo
que sucedía en una gasolinera durante dos años todos los fines de semana?
Para conocer a Inés allí.
Para conocer después a Luis.
Para poder hacer litrona en el
parque hablando sesudamente de la verosimilitud. Para que me cuenten con anécdotas
pormenorizadísimas Costa Rica. Están recién aterrizados, llegaron ayer y hoy
han conseguido un coche para venir a verme: sentirse tan querida nunca es lo de
menos. Y también para poder hablar de lo que sucede en este país desde un alto,
encaramados ¡por fin! en muchas colinas :
la del parque, la del nómada y la de la enormísima perspectiva histórica de esos dos parlanchines.
Un inminente de produndis.
Hace poco comentaba que
aparecieron pronto los buenos conversadores en mi vida, la primera fue María Jesús, o Susi, con quién
creo que empecé a hablar estando en la cuna. Es una tontería atravesar las rachas de soledad
tumultuosa sola.
-¿Por qué nos llamamos tan
poco si nos queremos tanto?
-Por eso
-¿Qué cenamos mañana?
-¿Qué más da?