miércoles, 11 de abril de 2012

A la Recherche del tamaño de la infancia.


“He intentado pensar en las cosas que tengo olvidadas y que están junto a las que recuerdo” había escrito Chesterton, y me pareció un buen propósito así que yo también lo intenté.
En realidad había empezado a intentarlo antes, el día que llego Tati en tren y nos sentamos a tomar un café en la terraza del que fue el bar de mis padres, en la puerta de la zapateria de mi tía y la casa en la que crecí, y todo me pareció muy pequeño.
Por eso la frase me deslumbró después, al día siguiente, y dicho y hecho, me puse a buscar.
Entre las cosas olvidadas encontré la escalera de caracol que subía al altillo de madera y que fue la imagen que acudió a mi cabeza cuando leí El Aleph, porque uno se apaña con las imágenes que tiene. Y apareció el altillo, lleno de cajas de zapatos en las que escondíamos nuestros tesoros, y ésta es la primera vez que me imagino cuántos botones, trozos de puzzle, cacerolitas, frasquitos y caramelos terminarían en casa del que sólo había ido a comprar un par de zapatillas. También recordé el orden en que se almacenaban los zapatos y el trabajo en equipo de subir y bajar los de verano o los de invierno. Volví a ver a la tía Emma, joven, leyendo Andalán, señalando cabreada un artículo con el dedo. Aquel lugar, eso yo no lo sabía entonces, era el hervidero político local. Y recordé minuciosamente la puerta de hierro pintada de negro y descascarillada. Y los coches rotos de mi padre aparcados enfrente, el pitido del tren, la bata blanca de la escuela, las coletas, y la luz, sobre todo la luz de todas las estaciones sobre la zapateria. Hasta he soñado con ella, me siento atrapada haciendo balance, vi el local tan pequeñ que me pareció una ofensa y necesito que recupere el tamaño real enumerando lo que había dentro.