miércoles, 26 de noviembre de 2008

Barroco, esteticismo y antídotos. El chorizo.


 

-Aún estamos a tiempo de evitar que se pudra la fruta- le digo a Marisa- le voy a insistir a Inma 

-Hay un montón.

-Podría preparar una convocatoria para que los que estén en Madrid y quieran mangos y chirimoyas se acerquen por tu casa

-Dale

-¡Qué va Marisa! Si va Inma, desde Leganés hasta Alto Extremadura a por una bolsa de fruta tropical, es por razones sentimentales, por comerse un poco el molino, y por conocerte. Pero olvídate, ni modo chamaca, repártelo entre vecinos y pacientes, algo es algo. 

 

Hoy con el tema de la fruta podrida me ha venido a la memoria Peter Greenaway, tan barroco, tan esteticista, tan decadente. Me he puesto a buscar en youtube  (una ha llegado a creer que todo esta en youtube  o en google y las palabras mágicas en la memoria, más no, que decía la andaluza) 

Luego me he ido de una a otra y me he acordado de un concierto de Michael Nyman en el Teatro Principal. El público pidió tantos bises que a mi se me fue totalmente la olla. Solamente era capaz de notar con verdadera intensidad el olor a chorizo de Leonardo, y solamente era capaz de pensar en el olor a chorizo que debíamos exhalar todos. Veníamos de merendar (tú estabas aquella noche Antonio ¿te acuerdas?)

Por supuesto oculté durante años ese rapto plebeyo, que  fue tan intenso porque se produjo a traspiés, en medio de unas cuatrocientas catarsis.  Pero a estas alturas no puedo seguir omitieno que marcó mi biografía. 

Y de una a otra me acuerdo de Leonardo. Durante años no fuimos sólo amigos, parecíamos una prótesis el uno del otro, hasta nos dio una temporada por estudiar matemáticas.  Leonardo: Argentino-Israelí. Pelirrojo. Desertor. Kiburtziano. Siempre fingía ser torpe hablando en castellano para poder hablar poéticamente, al pedo, ad libitum, todo el rato. Y lo mejor. En situaciones  especiales de indignación o borrachera, Leonardo juraba en Hebreo.  

Lo voy a buscar en el google.