jueves, 12 de enero de 2012

Reminiscencias; de la niña Rina y de un bote de mermelada, y del puerto.


-Claro, ¡cómo se va a llamar siendo hija vuestra!

-¡Qué no!¡que Amanda no se llama Amanda por Víctor Jara! Se llama Amanda como mi madre

-¡Pero tu madre se llama Rina!

-Lo que ocurre es que mi madre tenía una hermana gemela que murió y se llamaba Rina, al hacer el acta de defunción mis abuelos, con el sofocón, se equivocaron de papeles y la mataron a ella. Como Amanda Aguirre estaba oficialmente muerta no tuvo otro remedio que llamarse a partir de entonces Rina Aguirre.

-O la cólera de Dios. ¿Y a qué edad fue el cambio de nombre?

-A los seis o siete años.

-Toma, de lo que se entera una a estas alturas


Rina es una india chelita y sabia. Podría haberse disfrazado de señora, porque era la mujer del práctico de un puerto, pero ella procede de mucho antes de que hubiera puertos y nunca ha querido ponerse zapatos o aprender a leer.

El día que nos conocimos llegó a Ayutuxtepeque con una cesta enorme de fruta en la cabeza. Salimos a desayunar al patio, que era un paraíso colgado en mitad de una montaña, yo arrimé una mesa pequeña al limonero, preparé tostadas, café, huevos revueltos, plátanos fritos con crema, tamales y quesadillas. Ella se sentó enseguida, parecía complacida, sonrió un poco, pero poco. Había olvidado la mermelada, volví a buscarla y al ponerla en la mesa se escapó rodando. Las dos miramos como bajaba el bote por la ladera dando saltitos durante una eternidad, las dos fruncimos el ceño cuando se vio venir el encuentro del coche con la mermelada, y las dos dimos un paso atrás cuando tropezaron. Apenas hablamos y apenas comimos después del mal presagio.

La niña Rina lee otras señales. Prueba no superada. A los pocos días se lo conté a Marisa, que dieciocho años después sigue ejerciendo maravillosamente de nuera porque la entiende y sabe hablarle, y no tira botes de mermelada, y renuncié oficialmente al relevo.


La palabra puerto siempre me había parecido literaria, pero no perteneció a mi campo semántico hasta que llegué allí; puerto, muelle, atracar, práctico, estibador y hasta bauprés se volvieron términos familiares. Además de buenos narradores los chicos del puerto, Carlos y el Chele, son ciudadanos del mundo. “Recoged los perros, que ha llegado un barco chino” era en su pueblo una broma habitual.

Amanda ha pasado las navidades en Acajutla y nosotros al teléfono, su retorno nos ha despertado a los tres unas ganas enormes de recordar.

Y de encontrar al Chele, quizá escribiendo aquí Miguel Angel Orellana y Acajutla juntos algún buscador nos lo devuelva.