lunes, 1 de diciembre de 2008

+Sobre la baba que nos rodea, la cosa gelatinosa que amenaza con ahogarnos, nos quita el tiempo y nos deja pegados a nosotros mismo; lo inane


No voy a desperdiciar una comida con amigos o unos minutos de lectura con chorradas sobre monjas maravillas. Resultan demasiado evidentes las tonterías, se les ve muy bien la tramoya, otra vuelta de tuerca es que además adopten estas empresas de opinadores la sagrada forma del matrimonio; tanto me da Grandes-Montero que Lindo-Molina. Me ofenden las industrias matrimoniadas y las otras. Esos premios, Savater… y a otra, los litros de saliva escandalizada para la cúpula, las visiones de Juan Manuel de Prada, ella, Rosa Montero, o el más allá de la inteligencia transmutada en éxito según Zafón.

Nos rodea un ejército de inanes muy bien organizado.

Seguramente voy a seguir aquí, pero porque estoy consiguiendo que aquí en términos nacionales no signifique casi nada, como si hubiera conseguido llegar a ningún sitio.

Encontré el blog de Paco Gómez Nadal después de tantos años de todo, después de tantos años del viaje a Blufields en el que nos conocimos, ese viaje que contaron incluso quienes no estuvieron. Lo encontré por azar, y no podía pasar nada mejor este fin de semana que ese reencuentro y poder leerlo. Se lo dije a él y lo repito aquí. Gracias. Hacía mucho tiempo que alguien no me despertaba tanto y con palabras tan exactas.

Seguramente voy a seguir aquí por el apego a lo concreto. A la barca del pueblo innombrable con la que ayer no pudieron cruzar porque el río estaba muy crecido, a los atardeceres rojos del Castellar, a mi tiempo lento (ese que me intenta fregar con sus chorradas el ejercito de inanes). A las comidas con amigos que se explican con Quevedo, que cuentan admirados las conversiones y suspenden el juicio. Tengo la suerte, rotunda, de conocer a unos pocos capaces de parar la verborrea en seco con palabras enjundiosas, como quién asusta las judías con un jarro de agua fria y luego les sube el fuego, para que no sea siempre todo, inevitablemente, tan inane, tan inane.

y menos mal, porque como Javier recitó ayer:

A los suspiros di la voz del canto,
la confusión inunda l'alma mía:
mi corazón es reino del espanto.