lunes, 29 de enero de 2018

Los lunes tautológicos







Me sigue re-sorprendiendo y gratificando la ribera, -Vuelven Bernal, el Iguarbe y la Sanuy, qué logia desde los catorce años-


Están bien idiorritmicos (palabro que acabo de aprender y me seduce mucho) los ribereños. ¡Pero Puchica! me lanzo con el terremoto  y no dejo hablar a nadie, ayer les di la turra a Miguel y a David. Silvia y el otro Miguel también se llevaron lo suyo cuando llegué. Temo que voy a salir del terruño en algún momento y  someteré a la misma tortura a los foráneos, o por teléfono, da igual, ¡no bajéis la guardia! 

Me tengo que controlar. Y para no volver a contar el terremoto lo mejor es volver a contar el terremoto. (los terremotos). Todavía creo que se mueve la cama cuando me muevo, y se me ha quedado la costumbre de comprobar la inmovilidad de las lámparas. Luego me vienen a la memoria unas hermosísimas lagrimitas de mi Quetzalita sin Apellido. En fin, que un terremoto remueve mucho, y mucho tiempo después. ¡Toda la vida leyendo "esto no lo cambia ni un terremoto"! Y de pronto dos: ¡da mucho que pensar!

Así que dejo esto aquí otra vez. Quien no lo lea corre el riesgo de que se lo cuente. El que avisa.





¿Qué mueve un terremoto?




Escribí todo esto las semanas siguientes al terremoto, el único acierto es haberlo dejado abierto. Habrá que seguir averiguando y contando qué ocurre en México, cuánto lo  movió el terremoto. Me lo irán narrando entre otras Cristina y Paola, nosotras sí que nos conocimos gracias a un movimiento telúrico, sin metáforas.



Una semana después

Desde el martes 19 de septiembre miramos continuamente a nuestro alrededor para ver si algo se mueve, nos miramos a los ojos por la calle, vigilamos las cornisas, nos preguntamos por los familiares y, algunos, comprobamos cada tanto la actividad de los sismos con la esperanza de que bajen de cuatro puntos y la lista se ponga verde, no hace falta estar cerca para imaginarse los días que están pasando los que ven como sigue desmoronándose lo que queda, los que duermen hacinados en habitaciones rajadas que se cimbrean mientras no para de temblar y no deja de llover. Yo también checo con frecuencia la alerta dos naranja del Popocatepetl, “esa alerta ha estado igual desde que nací, me dijo ayer una amiga de treinta, si revienta don Goyo nos vamos a morir en décimas de segundo, no te preocupes, no es probable”.

Desde el martes este país se parece más a sí mismo, desborda potencialidad. Los mexicanos están reuniendo ideas para la reconstruirse, fuerza, bases de datos, agua, cemento. El terremoto los ha convencido de sus capacidades y, aún con el ánimo mohíno, los unos creen en los otros porque piensan y hacen juntos, no esperan que el gobierno los ayude, pero ahora no parece abstracta ni remota la palabra confianza. La sacudida telúrica convirtió en políticos, ciudadanos comprometidos con la polis, a la mayoría. La oxitocina, la hormona del apego, casi se puede oler en la ciudad.

La cercanía de los hechos impide dimensionarlos, pensarlos. El patio de la casa se convirtió en un seno materno seguro, enseguida nos contaron que había muertos en Condesa, en La Roma y en una fábrica textil entre Chimalpopoca y Bolívar, aquellos nombres no me sonaban de nada por próximos que estuviesen, pero el barrio de la textil colapsada se llama “La Obrera”, y eso tenía potencia simbólica. Yo era una recién llegada a CDMX, cuando salí a la calle todos seguíamos temiendo que volviera a temblar, nunca había oído una ciudad tan silenciosa. El parque se fue llenado y se empezó a repetir una cifra, el 85. ¡Cómo pudo ser el terremoto el mismo día, justo después del simulacro! Sabíamos que necesitábamos abrazos y nos abrazábamos, los que tenían línea en el teléfono lo prestaban. Sólo la radio de una verdulería daba noticias, allí me enteré de que el epicentro estaba en Puebla, lugar en el que vivo y viven mis amigos. 

Cuando tiembla la tierra el tiempo se trastorna. Todavía no había vuelto a su duración normal después del sismo del día 7 y los 59 segundos del martes volvieron a hacernos imaginar la eternidad. Uno nunca sabe cuándo ha terminado un terremoto o si va a empezar otro. En esa situación todavía impresiona más ver a toda la ciudad movilizada para ayudar asumiendo el riesgo. Un organismo de veinte millones de habitantes es difícil de organizar y pronto empezaron a sobrar comida y manos. Uno por uno nos dimos cuenta de lo importante y difícil que era hacer algo práctico: amigos, familias, compañeros de trabajo, crearon grupos con las personas en las que confiaban y luego los grupos se hicieron más grandes. Esa noche tan larga fueron llegando a nuestra casa y la de los vecinos aquellos a los que se les había caído la suya. Las necesidades iban cambiando, urgían equipos de iluminación silenciosos para poder oír a las personas enterradas, y herramientas, picos, palas, guantes y también compañía y abrazos para el estado colectivo de shock. Las redes sociales ardían y los rumores parecían verosímiles e inverosímiles simultáneamente.

 Contarnos es decisivo para intentar entender lo que ocurre y los impactos colectivos desatan tormentas narrativas. Desde ese día decimos, a modo de saludo, donde estábamos, hacia donde íbamos y qué pensamos.Es mejor oír a la señora que nos da de comer en el mercado hablar del terremoto que a muchos poetas de alto vuelo hablar de sus temblores. Hasta los pasos de cebra se han convertido en un espacio para contarse: nuestros relatos tienen la misma importancia. Los que estaban en la calle miraron hacia arriba: Ale descubrió que apenas quedaba cielo sin tachonar de cables, Ely vio llover piedras en el centro Histórico de Puebla, otros no pudieron ver nada porque el polvo de un edificio recién hundido los dejó en el centro de una nube de yeso. Los relatos en este caso dependen únicamente del espacio, estamos los que pudieron mirar al cielo y los que sólo pudimos ver la casa, el nido protector, convertida en una feroz amenaza. “Entonces fue allí donde me agarró el temblor ese que les digo y cuando la tierra se pandeaba todita como si por dentro la estuvieran rebullendo” Escribió Juan Rulfo unos terremotos antes.

Por cierto, que yo estaba poniéndome una bota aquel martes, me iba hacia el centro cuando empezó a moverse el salón: por segunda vez en quince días esa inexplicable maleabilidad de las paredes, de las ventanas, el mundo concentrado en una cerraja que no se abría. Llegaban los gritos desde el patio, sobre todo los Cristina, la madre de Paola, una nicaragüense de Managua que sabía de temblores. Mientras intentaba abrir la puerta recordé que escaleras no y que entre el frigorífico y la pared, pero no quedaba hueco. Me dio por hablarle bajito al terremoto: ¡venga! ¡ya estuvo suave!¡tranquilo, ya! le decía, y repitiendo ese mantra alcancé la calle, donde por fin había brazos humanos dispuestos.

El primer auxilio son los brazos, salí a buscar Internet y todo el barrio se abrazaba, ya lo dije, eso lo repetimos mucho estos días. Nada sorprende más que los abrazos entre desconocidos cuando los necesitas, pero espero no volver a dar un paseo tan escalofriante como ese nunca. Íbamos buscando el cielo abierto y casi no había,  nos mirábamos a los ojos para sostenernos mientras llegaba el próximo temblor y no cabía más miedo ni más tristeza. Cuando oí que el epicentro estaba en Puebla me convertí en una niña que no quería ir de entierro, volví al patio con los vecinos mirando esas aceras resquebrajadas, leyendo por primera vez las cicatrices que dejan escritas en las banquetas los terremotos. Luego, luego, en el patio, ya sabían que mis amigas estaban bien y me buscaban y entraron dos mensajes milagrosos al FB gracias a la conexión que me prestaron, volaban las claves aquel día: mis poblanos también estaban bien.
  
Se prolongó la reunión hasta después de la cena y  nombraron la misma convicción de mil modos los variopintos vecinos: nos urge ser ciudadanos, cambiar este gobierno y este orden tan viejo y tan injusto de las cosas, decían, y se fue extendiendo la esperanza, el mandato de aprovechar el terremoto para recobrar las riendas, y esa noche hubo un pacto firme entre los mexicanos dentro y fuera de nuestro seno materno: unirse. Puestos a morir en un megasismo lo que nos sobra son ganas de resucitar. Decían aquella noche. Y el abuelo miró a su nieto Jero y le dijo: mira bien,  está sucediendo otra vez lo que te conté, esta cercanía con los demás también la vivimos en el 85. Había empezado algo más que la reconstrucción o la campaña electoral: de tanto susto el terremoto podía ser la terapia que quitara el miedo. “Democracia puede ser también, la importancia súbita de cada persona” decía Monsivais, y ese día cada persona, cada vida fue importante, por fin.  El aprendizaje se produce fácilmente en situaciones colectivas, el vehículo más rápido para llegar al aprendizaje es la emoción. Pensar es dimensionar, pensar es dimensionar, pensar es dimensionar: ese es el mantra que sustituyó a mi diálogo con la tierra cuando le pedía que se calmara. Luego pensé en una pregunta terminal para este mundo tan terminal: ¿Qué le ocurre a los humanos cuando tienen más miedo a otros humanos que a cualquier catástrofe: un terremoto, un ciclón o un tsunami?

El miércoles no nos vimos los del pasaje, cada cual andaba en lo suyo, en lo de todos, arrimando el hombro, intentándolo, porque, ya lo dije, son 20 millones y no es así nomasito organizarse. El gobierno se negaba a dar los nombres de las fábricas hundidas. Los dueños identificados de las fábricas hundidas también se negaban a dar los nombres de los trabajadores que estaban en el edificio de Chimalpopoca, en la Obrera. Todavía no sabemos el número de los muertos, lo poco que se conoce es por unos papeles sueltos vomitados por el sismo. Ni siquiera se sabía cuántas fábricas tenían sus cuevas de esclavas allí. Sólo era miércoles, el día siguiente, y ya se empezó a rumorear que el gobierno quería meter máquinas pesadas sin esperar a las 72 horas, sin respetar las labores de rescate, la gente se fue poniendo nerviosa en la fila de voluntarios. El asesinato por falta de medidas de seguridad en maquilas es un clásico, se repite mucho, en el terremoto del 85 también se hundió una allí cerca. Las más débiles: trabajadoras indocumentadas, inmigrantes ilegales, mexicanas pobres, son una y otra vez las víctimas.

Fueron afectados por la sacudida, además de un colegio,44 edificios, algunos nuevos, que carecían de medidas de seguridad. El desastre dejó a la vista, por si no nos habíamos dado cuenta, que la corrupción es el virus más mortal y que pocas cosas han cambiado desde el 85. El colapso de la fábrica textil no fue la única coincidencia, este terremoto ha sido un espejo del otro: resulta didáctico releer “No sin nosotros” la crónica que escribió Carlos Monsivais sobre aquel  septiembre, para comprobar cuántos problemas no se resolvieron, cómo volvió a fallar la racionalidad urbana, cuántas personas viven en edificios inseguros y que la colaboración de los voluntarios volvió a estar bajo sospecha y vigilada por policías armados, por citar los más evidentes.“Esto pasó en septiembre”, comienza diciendo Juan Rulfo en “El día del derrumbe”,  y nos cuenta la esperpéntica visita de un gobernador a la zona devastada. No sabemos a qué gobernador ni a qué terremoto se refiere, no menciona el año y de los derrumbes sísmicos que conoció ninguno sucedió en septiembre, ¡Rulfo siempre borrando pistas!  Es sustancioso releer ese cuento ahora, por aquí perduran los anacronismos, existen personajes tan siniestros como el que él describe y están haciendo visitas igual de breves a los que se han quedado sin nada. En México también se puede viajar del siglo XIX al XXI en muy poquitos kilómetros: los tiempos conviven tranquilamente. Pero en las grandes urbes y en las aldeas la  desconfianza del pueblo hacia quienes detentan el poder es más que desconfianza, es la certeza de que su afán de lucro y su desinterés por la ciudadanía son infinitos y nadie escapa de sus garras. Nos sorprendía, pero no leímos ninguna cifra, ni aproximada, de desaparecidos en el terremoto, la cifra de desaparecidos políticos en este país es dos al día, la de asesinados 73. ¿Quién iba a esperar una sensibilidad distinta a la habitual en este caso? ¿Qué probabilidades tienes de que tú o tu cadáver seáis rescatados si eres una persona “ilegal”?

Chimalpopoca se fue convirtiendo con los días en una gran ceremonia de la desinformación, en una post-verdad confeccionada por guionistas sin experiencia. –Aquí no van a entrar ni grabadoras ni cámaras, que los periodistas tergiversan- Dijo una supuesta voluntaria convertida en dirigente en pocas horas. –Que entre uno a ver y luego se lo cuente a los demás, tú mismo-Dijo la misma ciudadana gritona. Ante las quejas de la gente salió un Topo que nos aseguró que todo estaba bien, que no iba a entrar maquinaria pesada que no fuese necesaria. A esas horas del jueves se sospechaba la existencia un sótano convertido en comedor y lleno de gente al que ya nunca se accederá. La existencia de ese sótano estaba guindada del testimonio de un señor: había hablado con su mujer minutos antes del sismo y ella le dijo que bajaba a comer al sótano. El topo nos describió un plano que nos dejó igual de ignorantes, mucho. Enseguida apareció otro voluntario con experiencia y autoridad que dijo algo sencillo: quienes quieran ayudar que se vayan a Puebla o a Morellos.

Esos días impresionaban aún más las armas, los granaderos amedrentando: ¿para qué hacen falta armas en un rescate? Había mucha gente: ríos de gente que, cómo un día normal en cualquier lugar del planeta, quieren hacer algo por sí mismos y por sus hermanos bípedos que sufren injustamente: pero no saben qué. Nos reunimos muchos periodistas al día siguiente, cada uno había hecho lo mejor que sabía su trabajo: buscar la verdad. No había protagonismos esa noche en el gremio, verdad posible tampoco, sólo relatos que se restaban, anécdotas contradictorias: hay verdades diametralmente opuestas que suceden simultáneamente a pocos metros de distancia. Simultáneamente se inventaba a una niña innecesaria en Televisa y Ale y sus compañeros decidían ir casa por casa para repartir el acopio de alimentos en los pueblitos de Atilixco, no se fiaban de las mujeres de los alcaldes que querían organizar la ayuda desde sus almacenes, y además querían dar algo más que comida o ropa. Así, casa por casa, conoció a dos viejitos que vivían en una escuela que se iba a hundir, y vivían con ese miedo desde mucho antes del terremoto, no logró que aceptaran más que lo justo: tenían una decencia sin límites, más de ochenta años y ganas de terminar con aquella vida de hambre y sustos, le dijeron. En otra casa le contaron que no querían más sardinas, que lo que querían era poder arreglar el horno para hacer tortillas. En otra le quedaron grandes los zapatos a una niña y se los tuvo que amarrar bien, pero le prometió que le llevaría otros y lo hará. Simultáneamente una señora rica se gastaba mil dólares en medicamentos y unos rateros aprovechaban para robar a los damnificados. También tuve noticias de delincuentes convertidos en samaritanos y de receptores de alimentos convertidos en una suerte de delincuentes porque venden las latas de sardinas a diez pesos. Nunca será lo mismo el crimen del amo que el crimen del esclavo. También al mismo tiempo el gobierno comenzó a re-etiquetar la ayuda como suya y grupos de arquitectos, periodistas y abogados se organizaron para documentar el estado de los edificios y buscar a los culpables. Y seguro que hay policías y militares que han trabajado mucho y otros que han entorpecido el rescate. Probablemente habrá mucha gente que haya visto por primera vez la pobreza real de este país tan rico y esté asombrada, pero también hay muchos empresarios que se frotan las manos calculando sus beneficios con la reconstrucción: algunos días parece que el terremoto lo encargaron ellos.

Tres semanas después

59 segundos han provocado relatos, cambios profundos e interesantes reflexiones. Estoy segura de que los que estuvimos aquí aprendimos mucho estas semanas. Este terremoto ha sido un master práctico en el que hemos descubierto  que pensando entre todos tenemos muchas posibilidades. Buena parte de la juventud mexicana está muy formada, aquí el orgullo de un padre no es que el hijo tenga un coche sino una carrera, y los que no accedieron al conocimiento oficial tienen otros y además se respetan. Internet, con sus pros y sus contras, es útil en los momentos de urgencia, y después. Organización ha sido la palabra clave y hubo otra que se resignificó: Logística.  Todos repiten: zapatero a tus zapatos, y se preguntan qué pueden aportar desde su conocimiento. Y eso es un buen comienzo. No quieren volver a tapar lo que dejo al descubierto el terremoto.

Pero los obstáculos son muchos. Hay que seguir comiendo y los salarios son tan bajos que obligan a tener dos y hasta tres empleos para mal vivir. No creo que haya bajado la oxitocina y se hayan olvidado de lo que vieron. No creo que se haya desinflado el afán de ayudar, y de ayudarse, y que volver a la normalidad  signifique volver a la indiferencia hacia el prójimo. Estoy segura de que el terremoto del día 19 provocó otro sismo, el de la conciencia colectiva, y en pocos días este país ha conseguido crear más tejido social del que imaginamos. Quiero creer que los que trabajaron por lo mismo desde la abogacía, la medicina, la educación, la cocina, el periodismo, la arquitectura, la informática, la albañilería y el pico y la pala han podido calcular en montos vitales mucho más importantes que el dinero lo rentable que es estar unidos.

Seguirá...

viernes, 19 de enero de 2018

Kelver Ax



Me llamó mucho la atención ese apellido y me puse muy contenta de preferir a un poeta cuyo nombre iba a recordar en cualquier circunstancia. Luego me enteré de que se había muerto y me impresionó, hoy hace dos años.

No he podido elegir, corto y pego, me gustan todos, hay una buena selección en: http://www.vallejoandcompany.com/in-memoriam-7-poemas-de-pop-up-2014-de-kelver-ax/



a sus 5 años ◊ mi madre bautizó un ternero del abuelo con

mi nombre ◊ después de adornarlo con sus amigas ◊ lo llevaron
al parque ◊ a la escuela ◊ al estadio ◊ a la iglesia ◊ todo
porque presentía mi nacimiento ◊ me llamaría kelver ◊
y golpearía la piedra para reconstruirla ◊
mi padre ◊ también niño ◊ refutó por mi nombre ◊ así se llaman
los reptiles dijo ◊ llorando mi madre sacó de su petaquita
algunas fotos deterioradas donde sus ancestros aparecían
dispersos y distraídos ◊ todos como reptiles ◊

mis padres decidieron que mi nombre sería noche es decir
kleber ◊ y no kelver porque el sentido de los padres está en
contradecir a sus hijos ◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊◊



la poesía me lleva en su taxi

o mejor dicho
la policía me lleva en su auto

escribir es algo así como morir
(les digo)
escribir es algo así como ofender
(responden)


qué es sexo
sino dos cuerpos tirados

el uno sobre el otro


tengo más huesos de los que me pertenecen

estoy tan viejo como si llevara algunos ancianos dentro
no puedo sentarme junto a nadie porque cuando levanto
mi brazo
en realidad levanto el brazo del otro
y si camino
camina el otro
y si pienso
piensa el otro a través de mí

el que suelte una roca dentro de cualquier cabeza
matará a dios que asilado en tiendas de campaña
destruye muñecos vudú llenándolos con barro


es como si decretaran
que perderse en uno mismo está prohibido


que alguien detenga el deshielo de mi cabeza


siento miedo a colgar la pluma
////ese cuaderno mal escrito que es la vida////


pueda que el sol
llegue a mi ventana convertido en colibrí
pero muere como todos:
hediondo y sin orgullo

jueves, 18 de enero de 2018

Imagen de nuestra redacción virtual o las plumas de este montón de chicas.






Isabel Villalta


Con Isabel vamos haciendo el viaje de lo onírico a lo pragmático por skipe día a día. ¡Aún no le he contado que me encontré una pluma blanca en Chapultepec y ahí la tengo! y que por algo será .

Si hay algo hermoso es recuperar a alguien veintitantos años después y que hayan aumentado las rabias, las complicidades, las sincronías.

Has dado con la imagen inaugural,  bellas esas plumas simbólicas con las que vamos a reescribir tu América. 

¡Vámonos Salvadoreña! Que no hay pájara pequeña.

Gracias, regalazo, así se puede madrugar.

miércoles, 17 de enero de 2018

Mirta Rosenberg





Vas a verme
me ves
y no sé lo que verás.
Sea lo que sea,
más allá de lo que veas
siempre estoy yo además.

Sentarse y dejar entrar.






EL ARTE

El arte sería tocarte, un invento,
insignificante si el olvido lo demora. Lo siento
porque es ahora estallido de la rosa
presurosa del instante,
extraviada en el jardín

y devuelta por el sinfín
de las horas transcurridas: una... dos... tres...
Si te toco, ¿cómo es? Hay lo mucho de lo poco, digo
el beso, el exceso del miraje y... ¿puede ser, ahora sigo,
el encaje de tu aliento

en el reloj del oleaje? Atravieso
los celajes, el fervor, las profecías (¿el amor?
¿no será la porfía de la "máquina del dolor"?)
y llego acá: "El arte sería tocarte". Silencio. No
confundo confetti con maná

pero igual estoy perdida
entre viejas cartografías de la ruta de la seda
y la pasión como centro. ¡Ah corazón, me decía,
explícate como yo, que estoy adentro de un cuerpo
y sin embargo con vida!

jueves, 11 de enero de 2018

Vencredi de nuevo.



Estaba pensando en el montón de años que llevo acompañándome. 

Los ritos son para transgredirlos pero no se puede estar transgrediendo siempre, vaya sosada.
 Los viernes una canción y los sábados un poema, como siempre.
¿Va?



¿Cómo puede ser pitagórica una racionalista?









He leído mucho a Jung. Al final de sus memorias cuenta que cree en la reencarnación, pero no tiene  pruebas y, como es un maje científico, no quiere más que contar su experiencia, sin generar escuelas. Deduce de la visita en sueños de su padre, que le pregunta que si se ha descubierto algo para hacer menos absurdo y doloroso el matrimonio, que va a morir su madre y se van a reunir. Cuidado, lo escribió a los ochenta años y no era nada pendejo. También cuenta que tuvo en el año 44 un sueño deslumbrante, todos aquellos que le precedieron en preocupaciones, a partir de quienes investigó, le visitaron en sueños para preguntarle si había logrado algún dato nuevo. Jung cree que nos reencarnamos, pero que seguimos siendo igual de tontos.

He vuelto a leer a Jung porque he vuelto a soñar, tuve un sueño magnífico. Un ave de millones de colores llegó a mi mano y empezó a poner huevos, puso ocho, eran enormes, yo ya no podía con más pero vi que venían un montón de huevos pequeñitos detrás. Subí los huevos a su nido y se rompió el espacio-tiempo. De pronto eran indistingibles los recién nacidos de la madre.  Y todos eran bellos. 

Me sigue persiguiendo el número 44. Hace muchos años que me persigue. 4 y 4 son 8, el número perfecto, y hay días en los que las fijaciones consuelan. ¿Cómo puede ser pitagórica una racionalista? Se preguntaba siempre Valentina.