martes, 2 de diciembre de 2014

Mnemosine, una impostura y nosotras.






 
 
El sueño de cualquier narrador es estar empantanado de memoria involuntaria porque entonces da igual lo que cuenta, lo cuenta en un estado de gracia-sale como si hubiera tenido dos vidas, una para vivir y otra para aprehender lo vivido-. En ese estado, por nímio que sea su motivo, está anotando con la mano en el entrecejo, con ese gesto que traducido significa: “quiero verrrrrr”. 

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No fue antes la foto, fue antes la frase, mientras le preparaba a Mapi un pollo a la cerveza:
-No me gusta nada cómo estáis-dijo (Mapi estaba deprimida y yo volvía cansada de Chalate). Me da igual que sea mentira, pero el día que yo os diga, seguramente la semana que viene, os necesito una tarde.

Y fuímos y nos disfrazó. Nos mandó a la peluquería, de hecho a esas las llamábamos las fotos Loreal. Nos maquilló, sugirió qué debíamos ponernos, me colgó sus perlas, nos puso tacones, y nos mandó a casa de Francisco para que nos retratara.

Si algo me parece redundante es que la gente ponga fotos suyas en su casa, pero nos colgó allí, por separado. Hoy he encontrado una en la que estamos juntas. Ahora entiendo porque mi hermana se ha pegado la vida diciendo:

-no me mireeeeeeeeeees.

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P. D. De la memoria voluntaria casi siempre provienen vulgaridades, no lo digo yo, lo sabía Proust.