miércoles, 23 de octubre de 2013

El miedo que tengo



Regreso de la abstracción pasando por la dialéctica.





-Teniendo en cuenta que ahora el pensamiento se vende en supermercados, sólo podemos elegir en cuál  compramos ¿Tú a cuál irías?

-Yo al de Hegel, rubio, yo siempre al de Hegel,  y si puede ser bien acompañada, contigo por ejemplo.

Acabo de volver a oír, integra, en algún rincón de mi cerebro, una rica conversación de este verano con el dialéctico.

Soy una perdularia, de vez en cuando, siguiendo una sendita que empieza bien adentro de la literatura, camino, camino, camino y, de pronto, estoy en la filosofía otra vez. ¡No se puede pensar solo y sin armas!¡hacen falta asideros!¡por qué desaprovechar las ventajas de todos los que pensaron antes! Me digo, y sin darme cuenta me empapuzo unos cuantos libracos gordos y abstractos, sin duda agentes de mis episódicos desconciertos.

Anduve con Hannah Arendt y Simone Weil, que ya en los años treinta veían claramente que se acababa el trabajo y sabían que habría que pensar en modelos redistributivos. Algo que todavía no he oído fuerte en ningún medio. Vigencia, la escalofriante vigencia.

(¡Bien pronto rompo mis mutismos! Luego pongo a parir a los poetas que mandan correos de cien páginas contando que se retiran. Todo está en todo. ¡No! ¡Ahora panteísmo no! ¡que es muy tarde! Pero bueno, da igual, por aquello de la dialéctica y de mi natural contradictorio me apetecía decir que sí, pero ¡¡¡¡no!!! Antes de irme a dormir)

(Aún no, otra postdata, sobre el futuro y el "trabajo": "15 millones de méritos" de la serie Blak Mirror)