jueves, 31 de marzo de 2016

A la tercera va la vencida.







Mariana Robles, nuestra profesora de yoga, está consiguiendo que ese montoncito de carne acalambrada que tenía bajo la barbilla se ordene. Tripas, piernas, vertebras, cuello, vejiga, hombros, brazos, antebrazos, manos y dedos del píe han comenzado a solicitarme cambios de postura, se quieren estirar sin previo aviso, renuncian a mis naturales retorcimientos y, ahora mismo, se han convertido en un coro que me quiere llevar a nadar. He descubierto de golpe trescientos músculitos más y estoy decidida a conservarlos. Después de tantos años sin tener apenas noticias del cuerpo el reencuentro ha sido un poco desconcertante, como ocurrre con los más conocidos cuando ya se han vuelto extraños.


Siempre quise ser la que leía en el jardín desde temprano, me daba pelusilla encontrarme a Inge o a René o a María Jesús allí desde el punto de la mañana y volverme a la cama hasta las tantas. Todo llega. Espero que el insomnio no me desbarate los horarios, porque me gusta esa otra manera matinal de estar en danza, me gusta que ocurran cosas mientras los demás siguen durmiendo.