viernes, 30 de marzo de 2012

+++Julio Reija


¡Y aún no lo conozco!

miércoles, 28 de marzo de 2012

Hallazgo


de antes de irme a dormir, en el blog de María Salgado


si en los jardines donde habita / no me dejan ver a mi dueño / en los jardines del sueño / nos daremos una cita

Ibn Darray al-Qastalli (Cazalilla, Jaén, 958-Denia, Alicante, 1030)

La escultura es de Constantin-Brancusi

Algunas chorradas personales y una alerta sobre el deseo de privatizar el lenguaje.




Ayer, después de unas semanas de total vagabundaje y celebración ininterrumpida de la amistad, con bastantes de los importantes y en lugares diversos, antes de volver a casa para quedarme y hacer la digestión fui a Antígona con Inés, que ha venido a pasar unos días. Estando allí llamó Javier, y ya que seguía andando el carro de las afinidades, y como nunca es conveniente detenerlo, comimos con él en su barrio.

Después de tanto cariño hay que volver a casa bien pertrechada, con la confianza de que el mejor plan posible es el sofá y el silencio, y para garantizarlo no hay nada mejor que pasar la mañana escarbándole las estanterías a Pepito. Encontré la edición en Espiral de Magia Cotidiana, de André Bretón. Hay libros de los que le cuesta desprenderse, que era el primer libro que él había comprado a los diecisiete y ya no quedaban, me contó. Y es que cuando te llevas una de sus joyitas Pepe se pone alegre y triste a partes iguales.

Suele funcionar el azar cuando se está atento, nada más abrir el libro leí:

“…en cuanto a Gide-se resume así: es un brillante espécimen de una especie que nosotros, los surrealistas, no hemos dejado nunca de esperar que ha caducado: la del literato profesional, es decir, el individuo perpetuamente alampado de necesidad de escribir, de ser leído, traducido, comentado, del individuo convencido de que podrá con nosotros, de que podrá con la posterioridad a fuerza de abundancia, con tal de que la abundancia no excluya la calidad del estilo. Para esta clase de gentes, cualquier pretexto es bueno-y hasta la falta de pretexto-para agarrar una pluma. Yo confieso que, para mí, esto está en las antípodas de la vida. Pensad en la suficiencia o en el irracional optimismo que se necesita par pretender hasta ese punto interesar al universo por todo lo que le atañe a uno”

Paré al final del párrafo para acordarme de Juan Rulfo, que interrogado sobre qué sentía cuando escribía respondió sin titubear: Culpabilidad. A mi me pasa lo mismo y uno, que me conocía bien y me quiere mal, me lo acababa de recordar.

En los últimos meses me he encontrado con algunos que creen que les pertenece el lenguaje escrito y hasta lo verbalizan, lo dicen porque no pueden más. ¡Qué va a ser de las prerrogativas que se otorgaron a sí mismos con esta avalancha de intrusos!

Me produce tristeza el desprecio a todos los demás, es un espectáculo lamentable, sobre todo cuando se ha convertido en un hábito mental.






Encontré la foto de Pepito y Julia por ahí, y no recuerdo donde.

martes, 27 de marzo de 2012

Cuánta amistad es necesaria para poder pensar en solitario y una foto.


Me gusta mucho esta foto. Me gustan los fines de fiesta, aunque sean en un Palacio Episcopal. Cuando ya estamos cada uno a lo nuestro y sigue el placer de estar juntos. Fabi mira pensar a Pepe. Almudena sopla el té. Alfredo y Nacho se hunden un poco en el sillón. Óscar hace la foto y Lourdes lee algo mientras Eusebio la mira por encima del hombro. El edificio se refleja en la ventana y Antonio y yo seguimos una conversación que empezó hace nada menos que veintiocho años.

Pepito, Julia, Encarna, Zoe, y sobre todo Eloy que ya se habia quedado sin bombas fétidas y sin petardos, también estaban, aunque no salen.

El título es de Canetti.

lunes, 26 de marzo de 2012

texto de antonio: presentación de prótesis en zeta



Las deliciosas sincronías: estaba a punto de pedírselo para pegarlo aquí cuando lo han publicado los soperos y les he copiado la entrada entera.

Este libro, Prótesis, de Pepe Maiques llega de improviso tras el volumen colectivo, Piedra, papel, tijera, perpetrado junto a otros dos cuatreros, Mariano y Òscar. Este libro rojo es ya de plenitud tras esos poemas primerizos o de juventud de hace cuatro años. Los libros de texto dirán que a partir de aquí, Maiques entró en la repetición y la decadencia, así que aprovechen para leer este magnífico poemario, nacido al calor, mejor al frío de una vida que puede ser la de cualquiera, vida a veces con gran amor, a veces con desolación.

Se ha comparado, a veces, la poesía con el juego, por esa característica de suspender el tiempo y la realidad cotidianos, pero se ha de decir también que es un juego muy serio. Sí, manipular las palabras, buscando melodía y sentido, es la raíz de la poesía, y no importa desconocer posibles referentes o datos biográficos. Los detalles que importan están aquí, en los poemas y en el rotundo título. Así debemos seguir estos poemas, estas migas de pan, y nosotros a solas con el libro. Deslizo la palabra exorcismo, aparece la purga del corazón y prefiero no saber más.

Para mí leer estos poemas ha sido una experiencia en su sentido etimológico: pasar por peligros. Como lector atraviesas parajes rurales y urbanos acompañando a una voz muy escondida que lo ha pasado y pasa mal. Por esto, quizás, el lector se siente enseguida solidario con el solitario ser que respira y se duele en los poemas, acabando con una sensación también de dolor que se transforma en sufrimiento. Lo que parecía una ventana desde la cual vemos a un ser sufriente termina siendo un espejo. El dolor, dicen, es particular e íntimo, pero el sufrimiento es comunitario, colectivo.

La selección de palabras, metáforas y también la disposición o construcción internas provocan en el lector una primera sorpresa, que se convierte al avanzar en una cariñosa compañía aun en el dolor y en el esfuerzo por sobrevivir. En constante paradoja, lo terrible se conjuga con un enorme calor. Como si la voz nos acompañara cogida del brazo y mostrara los paisajes de la soledad y del derrumbe particular y colectivo. Sí, es y ha sido duro, pero mira qué bien estamos yo leyendo y tú, al fondo, habiendo escrito.

La materia es lo que todo poeta usa para expresar, sacar fuera, el mundo interior en perpetua comunicación y esta mecánica habitual se refuerza de tal manera, que a los pocos poemas, los objetos y los colores crean un mundo propio y con denuedo avanzamos entre abrojos, óxidos y desechos, también casi masticando una arena que se repite y se repite (Ana M. me lo chivó: sigue el rastro de la arena).

Sigo el libro linealmente, dejadme explicar lo imposible, la poesía. Ya lo dijo el filósofo: de lo que no se puede hablar, mejor es irse de bares. Pero yo sigo.

Carne, sombra, error, piel, adentro, tendones de sal, costra en las rodillas: es el inicio, la infancia, me parece: instantáneas difíciles de captar, porque de lo individual salta a lo universal, como en los buenos libros.

La materia amenaza convertida en trasunto de la vida interior (‘astillas de vidrio hundidas en la nuca’) y ya solo queda ‘esperar otra tarde sin ventanas’ entre ‘el sonido de una esponja metálica’ y ‘un pájaro de lata’ (aquí recuerdo que aplaudí con las orejas al autor).

Es menester destacar que hay un yo que no dice yo, quien se esconde tras la expansión de las cosas; a veces es un tú, ‘tu grotesco esqueleto’. Y si escapa de la confesión fácil es porque desplaza lo íntimo al exterior y todo queda tocado por el sufrimiento: ‘la costa enferma tiembla sigue aquí’.

En el libro las palabras pesan mucho, cada una de ellas, su presencia es inquietante y hasta los sintagmas emiten señales de duelo por acumulación, con esa curiosa manera de nombrar sin comas, y así acogotan, en el buen sentido:

Sangre bondad caricia
Edad de hierro amor paciencia en hueso
Médula savia líquida habitación adentro
Balcón peso roedura o deleite

Si estamos ante un naufragio, vamos todos en él, vamos todos a subir la roca con ‘lluvia de musgo sólido’, y en mitad del camino-libro nos invita a ‘hablar de lo que nos atañe’ y nos arrastra hacia la segunda parte. En una lucha sin nombre estamos todos, “peces perdidos / dentro de la piedra” y vemos cómo “se encarama el náufrago afuera en la noche / para subir a pulso la roca sin edad”, nosotros, “ligera multitud asomando sobre el tiempo / encendido”. Delgado hilo narrativo, ese naufragio, esa ascensión de todos para salvarnos.

Lo que nos atañe es el tiempo comunitario, una vida en la Historia de todos, “un arañazo en medio / de la nada”, “un espejismo mordido de alquitrán” “en un creciente solar de la memoria deportada”, esa dura realidad que respiramos es sutura abierta, así nos lanza el autor al comienzo de la segunda parte del libro.

Aparece una gota de esperanza: “edad de hierro amor paciencia en hueso” y en el enorme poema de la página 52 “un terco amor rodea sufrimientos”: de esta manera y aunque es de noche “todos los gatos son /santos”. De nuevo, aplaudí con las orejas.

Todo lo que se presenta bajo apariencia de noche, silencio, ruptura, separación y derrota también se conjuga con ‘hebra de paraíso’, pero por ahora este se esconde; estos poemas del inicio de la segunda parte son más tercos, más agudos y su lectura en voz alta multiplica el sentido al sumar música y ritmo mental.

Ejemplo el enorme poema de la página 55: la r y la s suenan como silbidos y roeduras, sonidos que se llaman unos a otros en un juego muy serio de asociaciones, ese inicio y ese final, uf, lo leo ahora…(lectura p. 55).

En todo el libro los nombres suelen carecer de artículos y la gramática dice que así amplían su universalidad de significado; aquí, en donde la materia y los sentimientos alcanzan máxima potencia y eliminan toda delimitación, están dispuestos para transmitir más intensidad: ‘mudanza arranca luz’ y muchos más, marca de la casa.

Aunque quiere el yo que sus poemas sean arena, tierra yerma como el mundo (“desde aquí puede oírse / cómo palpita la boca turbia del poema/ la lengua calcinada de la tierra que habla”), hay una lucha por superar el dolor de forma colectiva: la vida aprisionada se levanta “harta de sufrimiento” dice, todos con “desamor en la lengua”, y al modo de Quevedo estamos aquí para “sobremorir”.

Vamos acabando el libro y el sufrimiento se hace extensivo, “cualquier barrio decrépito/ es el mundo”. Se convoca a todos, a los que padecen con “desamor/ en su lengua”, ahí es nada y se queda el autor tan tranquilo.

Al final, en las dos últimas páginas, el autor da todo, la sorpresa es máxima, así como el riesgo léxico. Si no, quién puede poner juntas las palabras “polen e hidráulica” con “nostalgia”.

Volvemos al dolor, todos rodeados de “violentas moquetas”. Quizás todos juntos, haciéndonos compañía con esos miles de dolores pequeños. Me quito el sombrero y el cráneo, Pepe.

Antonio Ezpeleta

miércoles, 21 de marzo de 2012

+ Carson McCullers


Lo que pasó fue esto. Ahí estaban esos sentimientos hermosos y esos pequeños placeres sueltos, dentro de mí. Y esa mujer era para mi alma algo así como una cinta de montaje. Hacía pasar esos poquitos de mí mismo y salía completo.

La imagen es de Mar Arza


lunes, 19 de marzo de 2012

Pánico en los mayos


Disfruto mucho conduciendo, y más si voy sola, es como meterme en una capsula en la que todos los paisajes y los tiempos se entremezclan, me oxigena ese totum revolutum. O bien podría decir que pienso clarito en el coche, para pensar así me resulta imprescindible poder gritar si es necesario, pero, sobre todo, necesito imaginar las réplicas de mi copilota vital que, menos mal, siempre se deja la Imago en el asiento de al lado. Con frecuencia, cuando paro a tomar un café en una gasolinera, me siento alguien con una biografía recién reordenada a quien no me desagradaría conocer.

Pero tengo un excedente de pánico acumulado que encuentra en los viajes su punto de fuga.

El sábado subí a Riglos a cenar, no miré el mapa. Las chicas me habían estado repitiendo por donde tenía que ir los días del congreso, así que, sin titubear, me dirigí hacia Ayerbe disfrutando de ese misterio que comparten las carreteras comarcales por la noche, degustando veintiocho kilómetros que podían estar en Andalucía, en la Panamericana o en Asturias. Haciendo otra vez balance de las expectativas que impulsaron los otros viajes. Pero creo que me relajé más de la cuenta, porque fue mirar el reloj, eran las ocho y veinticinco, pensar “cinco minutos me quedan” y entrar en dos agujeros negros; el de la duda y el de una carretera de montaña.

Una vez abierta la espita del pánico, y por injustificado que sea, no hay quien pare la hemorragia. Me estaba diciendo en voz alta “siempre te pasa esto y te sales en la anterior” cuando se encendió la luz de la reserva por la inclinación, para hacer más miedo, y sentí sobre el coche la sombra de los Mayos, aunque podía ser la de las nubes de la tormenta o la de un túnel. Dejé de preguntarme cual era cuando desemboqué en un puente de hierro despintado que parecía que te cruzaba a otro tiempo y donde el único cartel decía “prohibido camiones” . No fueron muchos, unos quince kilómetros a veinte, que me parecieron miles, hasta que llegue a una encrucijada en la que había luces. Casi me subo a San Juan de la Peña, pero dí la vuelta a tiempo y encontré a un paisano que parecía salido de Oregón televisión y que me dijo:

-A Riglos vas, pues vas de culo. Y eres de Zaragoza, Me cago en san dios, anda que la lleváis buena. Con el rato que llevas rodeando los Mayos. Y lo que se ven.

Me dio un ducados y me explico por dónde se volvía, por lo menos dos o tres veces.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Un poema de Carmen Camacho que me ha atropellado esta mañana.


La historia de mi vida

Del todavía no
al ahora sí

Ahora todavía.

(de 777 a venir de venir por venir)

La imagen es de Guiseppe Pongolini

viernes, 9 de marzo de 2012

Miss Amelia y yo, La balada del café triste


Acabo de terminar de leer La balada del café triste. La releo casi todos los años, está en el tema de la relación entre los personajes. Releer las lecturas que he seleccionado, volver a buscar las palabras exactas para comentarlas en clase, es uno de mis lujos. Aunque leer tantas veces lo mismo tiene riesgos. Más que riesgos fugas. No lo notas pero terminas colonizada, y a veces crees estar ordenando las palabras tú y es que se te está saliendo Carson McCullers sin que te des cuenta. Pero volver una y otra vez sobre lo mismo produce un agradable vértigo, es dulce la lectura de anticipación, cuando te sientes como si estuvieses reescribiendo el texto porque casi(1) te lo sabes.
También me gusta encontrarme con frases que he modificado y repetido hasta la saciedad creyéndolas mías: Y Miss Amelia seguía haciendo lo peor que podía hacer; es decir, que tomaba varios caminos a la vez. Por ejemplo.
La balada del café triste es una novela sobre Miss Amelia, una mujer autónoma hasta que se enamora de su primo Lymon, y sobre un pueblo muy aburrido en el que se abre un café gracias al Lymon, el alegre jorobado que se enamora de Marvin Macy, un delincuente que estuvo casado diez días con Miss Amalia y por la que estuvo a punto de redimirse.
La atareada Miss Amelia es uno de los personajes que me hacen más compañía en el campo. Esos días de pintar, lavar, plantar, tender, encender fuego, regar y coger judías, cuando me preparo una cena rica al atardecer como premio siempre me acuerdo de Miss Amelia, que hacía lo mismo, y me siento una mujer mucho más alta de lo que soy, igual de desgarbada y muy fuerte. Pero lo que más veces recuerdo de Miss Amelia es el día de su boda, cuando en la ceremonia hace gestos buscando el bolsillo del mono en el traje de novia y sale corriendo, se remanga para cruzar la plaza hasta su casa y aprovecha el trayecto para hacer un trato (siempre le pongo a esa escena barro y en la novela no hay barro, y es que la buena literatura parece decirte en cada frase: ahora sigue tú)
Yo considero esta novela la mejor concentración de lo sureño, no le tiene envidia a Faulkner. Es tan sureña que Miss Amelia hasta destila whisky, y tan suculento que:
Un hilandero que no ha estado pensando toda la semana más que en los telares, la comida y la cama, bebe de aquel whisky y tropieza con un lirio silvestre. Y toma el lirio en su mano, se queda contemplando la delicada corola de oro, y de pronto se siente invadido por una ternura tan viva como un dolor. Podrá sufrir, podrá consumirse de gozo, pero la verdad ha salido a la luz: ha calentado su alma y ha podido ver el mensaje que estaba oculto en ella
1 El término fuerte en esa frase es "casi". No suele ocurrir.


lunes, 5 de marzo de 2012

Pepe Maiques


El día que conocí a los Soperos personalmente Óscar puso la foto de arriba en el blog y anotó la sensación de que nos conocíamos desde siempre. Y cuando lo leí me pareció precioso y exacto.

Como se hace con tranquilidad con los buenos amigos, dejo pasar mucho tiempo sin decirles nada, aunque paso con frecuencia por su vertiginoso blog, oigo sus programas, veo sus series, sé qué música escuchan, si se están cambiando de casa, si les han robado la bici, cuánto llovió en sus terrazas.

No les digo nada pero hablamos mucho de ellos con el primo Antonio.
¡Y menudo vaso comunicante el Ezpe!

¿Por qué no les dejo notas?
Eso, ¿por qué no les dejo notas?
Porque soy una extrovertida tímida, un mejunje. Sosa vaya

Hoy quería darles las gracias por su compañía y, también, por ser de la gente más higiénica que he conocido en el mundo literario, de los pocos absolutamente inmunes a sus esquinas sórdidas.

Desde que Antuan me hizo llegar "Prótesis", el libro de Pepe Maiques, no he dejado de llevarlo pegado de un sitio a otro intentando elegir un poema, todos me parecen buenos. Hoy me he decidido. Allá va.

junio ha traído maderas en el agua

estoy quieto mientras el viejo come
desnudo con pequeños movimientos de cabeza

vamos a hablar de lo que nos atañe
mediodía ventoso

cuando nos queda tanto por hacer

descordar el pasado del presente
convertirlo en sombra

hojas que bailan sobre nuestras cabezas
ligera multitud asomando sobre el tiempo
encendido



sábado, 3 de marzo de 2012

Una semana con doña Natalia.


Los autobuses nocturnos se obstinan en convencerme de que me están deportando. Los eludo porque sé que en cualquier momento se pueden llenar de esa atmósfera tenebrosa que hace creer en ninguna parte. Dormirse en un autobús nocturno es fatal. Hay que evitarlo por todos los medios o despertaras en un agujero negro. Además se oyen más las voces en la oscuridad y las vidas dan más miedo. Por eso, a la altura de Calatayud, cuando ya se me había merendado el desasosiego, decidí llamar a Matías para que me viniese a buscar a la estación. Hay días en los que se necesita ver a alguien desde la ventanilla, recibiendo.

El sábado amaneció luminoso. Como todos los sábados Zoe llegó a las diez y subió churros. Como siempre llegamos a la pantera las primeras y pudimos pasearnos un par estanterías. Como es común, alguno de los libros se salió y empezó a reclamarme. Ese día fueron los “Ensayos” de Natalia Ginzburg. Los cogí, los hurgué, los pesé, los intuí, miré el precio y dije que no. Lo dije muy digna: ¡qué no pue de ser mar ti ta! deletreé en voz alta antes de proponerle a Zoe y a Eusebio que esperáramos a los otros en la puerta fumando. Cuanto más lejos mejor, que yo me conozco a esa viejita. ¡Y tanto que la conozco! no me dejó concentrarme, y eso que nos tocaba el tema de la parte al todo, que me gusta, pero ella no paró hasta que dejó a la altura del barro a Perec y a Altarriba, claudiqué, y se vino, primero a nuestra mesa y luego a mi casa.

He pasado una buena semana con doña Natalia, y aún me queda. Su aparente sencillez tiene un sabor demasiado potente, hay que degustarla en pequeños sorbos. Lo que más me gusta es que escribe sobre lo que le da la gana y todo lo ennoblece. No es confundible, nunca es maniquea, puede contar que su hijo odia las camisas de flores y te interesa porque lo cuenta ella. Destila muchos matices de esa esencia única, el ego de los literatos, con tanta naturalidad que nos parece que mientras nos lo cuenta está planchándole a su hijo la camisa de flores verdes que detesta. Me han gustado especialmente las páginas en las que dice que lleva toda la vida asistiendo a conciertos pero que no entiende un pepino de música clásica, y que a veces ni siquiera disfruta, pero que no puede dejar de ir porque en aquel patio de butacas se espera sentada a sí misma, y no se puede dar plantón. Como yo venía de una semana de patear exposiciones sentí muchas ganas de contar que algo se me ensancha cuando vago por museos, me reconforta esa contradicción de laberinto diáfano que tienen, hasta me apetecía contar mis gansadas cuando paseo horas sola adivinando desde lejos, y como voy sola, si me equivoco, pues me digo presuntuosa, vanidosa, ridícula, y me perdono enseguida: a cualquiera se le puede colar un Millares por un Tapies, aunque nunca se pueda confundir un Saura, diría Roberto, en quien pienso porque me enseñó a mirar.

Recomendado queda el libro de esa italiana apacible.